Nos sentábamos en las rocas, mirando el mar
embriagados de sol y agua salada
Ella reclinaba en mí, su espalda dorada
y adormilada comenzaba a divagar
Pieza a pieza iba armando el ajuar
traje de novia, batería esmaltada
y cuando en su lista no faltaba nada
suspiraba un “Ya nos podemos casar”
Ese era el final feliz de la poesía
que con anhelos y vidrieras hizo
recostando su fresca piel contra la mía
Yo quise, con ella, cuanto quiso
pero amé, mas que a la tierna fantasía
a la Maga, que la creaba con su hechizo.
Mauricio Rosencof
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