Aquel atardecer era el día señalado
una amiga, Albita, nos iba a acompañar
caminamos los tres sin conversar
oscurecía un azul arrebolado
Llegamos al fin, al baldío abandonado
chircas, tártagos, rumor de mar
y esperamos la noche para consumar
lo que fue primera nostalgia de enamorado
En la esquina vigilando se quedó Albita
emocionada de audacia, desfalleciente
la voz precipitada cuando va y nos grita:
“Ahora!, Dale ahora que no hay gente!”
Bajo sus pétalos mi Margarita
y dejé en sus labios un beso, aún latente.
Mauricio Rosencof
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