Soliloquios del último filósofo
Un fragmento de la historia de la posteridad.
Me llamo a mí mismo el último filósofo, pues yo soy el último hombre. Nadie habla conmigo salvo yo mismo, y mi voz llega a mí como la de un moribundo. Contigo, voz amada, contigo, el último hálito de toda felicidad humana, déjame que me quede tan sólo una hora, a través de ti engaño mi soledad y me miento al adentrarme en la pluralidad y en el amor, pues mi corazón se resiste a creer que el amor haya muerto, no soporta el horror de la más solitaria soledad, como si yo fuese dos.
¿Te oigo todavía, voz mía? ¿Susurras mientras maldices? ¡Y tu maldición tendría que hacer pedazos las vísceras de este mundo! Pero él vive todavía y me contempla templa todavía más brillante y más frío, con sus despiadadas estrellas; vivo tan sordo y ciego como siempre y uno muere sólo: - el hombre. - ¡Y sí! ¡Yo te oigo todavía, amada voz! En este universo muere todavía uno fuera de mí, el último hombre: el último suspiro, tu suspiro muere conmigo, el prolongado ¡ay¡ ¡ay! suspirado por mí, el último de los hombres infelices, Edipo.
F. Nietzsche - Fragmentos póstumos. Volumen I. Editorial Tecnos. Página 373
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