El ingeniero Georges Itzigsohn jugaba a la ruleta según un plan minuciosamente calculado, a base de fluctuaciones, estadísticas y cálculo de probabilidades. Su encantadora mujer, a pesar de su formación científica en la facultad de medicina, jugaba apostando a los cumpleaños de sus hijos. Ambos perdían naturalmente, porque de otro modo no existiría el negocio de la ruleta. Pero mientras el ingeniero perdía científicamente, su mujer perdía absurdamente.
Ernesto Sábato
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