Los domingos de mañana me embriagaba
contemplando su místico ritual.
Iba a misa con su tía, muy puntual.
Cuando el tañir de "Tierra Santa" las llamaba.
Bajo la mantilla su rostro irradiaba
la más pura beatitud angelical,
contrastando el movimiento sensual
que al Adams de menta lánguida le daba.
Antes que anocheciera solíamos pasear
en un clima muy ceremonioso;
y casi casi me costaba tutear
aquel ser santificado y misterioso
que por la mañana iba a rezar
y por la tarde, me volvía religioso.
Mauricio Rosencof - La Margarita
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