miércoles, 12 de marzo de 2014

Gérmenes




"Alguna vez te dijo alguien que cuando te despiertas, cada mañana, creas el mundo que se despierta contigo?
No?
Pues lo haces..."



Esto dice Robert Alan Krakower (Ra Uru Hu), en un video que veía ayer en una red social y me sentí muy identificado con esa manera de ver las cosas. También me recordó la sabiduría que transmite el I Ching, ese maravilloso libro que me acompaña desde hace tantos años.
A continuación, comparto un texto de Richard Wilhelm, quizás el más inspirado traductor a una lengua occidental de este libro hermético y hermoso. El texto en cuestión pertenece a un pequeño librito que condensa información invaluable:



"En el Libro de las mutaciones, los ocho signos aparecen en distintos órdenes, siempre de acuerdo con el carácter de la observación de que son objeto.
Un esquema muy adecuado para la meditación, que presenta el proceso del desarrollo de la vida en su ciclo hermético, figura en el apartado Schuo Gua (Explicación de los Signos), cap. II, p. 5, de un antiguo mantra.
La representación gráfica de los ocho signos, con puntos cardinales y horas del día, responde a la concepción europea.
Aquí aparece representada la vida en su dimensión espacio-tiempo. El espacio viene determinado por los puntos cardinales, cuyo orden, junto con el curso del sol, nos da el paso del tiempo. De este modo, las antítesis del espacio se suceden unas a otras y, por último, se conjugan en una síntesis, gracias al paso del tiempo. Por ello, los ocho signos aparecen a menudo distribuidos asimismo a lo largo del día. Naturalmente, también se pueden distribuir a lo largo del año. Sin embargo, en otra parte éste aparece ordenado de acuerdo con el Pi Gua, círculo de doce signos, a dos niveles cada uno, sacado del Libro de las mutaciones, pero como quiera que su examen responde a otros principios, aquí no nos referiremos a él.
Así, pues, los ocho signos están distribuidos de acuerdo con las horas del día y los puntos cardinales, pero, además, son objeto de una interpretación psicológica que reviste especial interés en este contexto. Implicaciones psicológicas de las horas que se suceden a lo largo de la noche, las encontramos, por ejemplo, en Fausto (principio de la segunda parte), cuando el protagonista, cansado de la vida, es reanimado merced a la fuerza vitalizadora de los espíritus. Por lo demás, entre la concepción goethiana y la del Libro de las mutaciones existe una coincidencia en verdad sorprendente, como podrá comprobarse con sólo consultar el mencionado pasaje.
Para una comprensión profunda de los parámetros espacio-tiempo hay que tener presente que cada una de las ocho fases dura tres horas y tiene su punto culminante en el medio. Así, por ejemplo, la primera fase dura de las 4,30 horas a las 7,30 horas, con el punto culminante en torno a las 6 horas, por lo que las 6 horas puede considerarse el punto ideal para la salida del sol. Siguiendo con el examen del círculo, nos situaremos, por así decir, en el centro, con la mirada hacia el sur; entonces, uno comprenderá fácilmente la proyección psicológica del movimiento que tiene lugar de izquierda a derecha.
De acuerdo con el mantra, cada fase tiene su significado, a saber: 

1. «Dios aparece bajo el signo del trueno.» Aquí, Dios es entendido como expresión de la energía vital nueva y exultante. El signo Dschen denota el momento en que la vida empieza a alentar de nuevo. La fuerza luminosa se muestra, abajo, como línea celeste, indivisa, que pone en movimiento lo terreno. El sol se levanta, se levanta, poco a poco, la mañana y las cosas cobran realidad. Pero, de momento, sólo ha despertado a la vida lo interior, lo psíquico: ha caído el velo del sueño. Pero, con ello, el mundo exterior queda consolidado en sus raíces. Y precisamente ahora, cuando empieza el día, se impone un acto de decisión consciente: mientras las cosas permanecen distintas, cuando apunta apenas el primer atisbo de vida, incidir sobre los gérmenes del mundo exterior de forma que sólo dejemos acercársenos aquellos que nos son idóneos. El signo trueno es extraordinariamente activo. Los acontecimientos del mundo exterior irán tomando forma ante nosotros de acuerdo con la naturaleza de su actividad. De la misma forma que el sol inicia su curso como héroe que marcha jubiloso al triunfo, así también nosotros debemos afrontar, conscientes, la lucha cotidiana, ya desde el mismo inicio, cuando todo sigue aún en su germen, y acometer día y trabajo de forma activa.

2. El siguiente estadio nos trae de inmediato el trueque de lo espontáneo subjetivo en lo objetivo reactivo mediante el signo Sun, . Su lema dice: «Bajo el signo de la suavidad, todo alcanza su plenitud.» Sun, la suavidad, conlleva la idea de penetración, lo cual significa, en este caso, que las formas se realizan. Cuando el día se levanta, la vida llega a nosotros y cobra de nuevo realidad; las distintas motivaciones, con todos sus detalles, que tal vez olvidamos durante la noche, se nos acercan de nuevo con la energía de la vida. De aquí la apostilla: «Plenitud consiste en que todos los seres sean puros y perfectos.» Las cosas cobran de nuevo realidad. Resulta un tanto extraña la idea de que las cosas pierden momentáneamente su realidad y la recobran cuando proyectamos sobre ellas nuestro interés, con lo que vuelven a ser importantes para nosotros. Pero, psicológicamente, es muy comprensible. Si conseguimos distraer de un objeto cualquiera todo nuestro interés, dicho objeto deja de existir automáticamente para nosotros. Vuelve entonces a la masa caótica de la existencia indefinida, que es para nosotros casual, ajena a nuestras consideraciones y vinculaciones. Lo único que puede ser objeto de nuestro interés es aquello en lo que, de alguna forma, ponemos una parte de nosotros mismos y, así, nos permite establecer una relación con ello. Esto significa que cada día construimos de nuevo nuestro mundo exterior. El problema se reduce aquí a levantar este mundo exterior con inteligencia, reflexionando primero sobre el interés que vamos a depositar en las cosas, esto es: qué clase de interés y en qué cosas. En definitiva, el hombre tiene que poner constantemente a contribución sus fuerzas. Si alguien pretendiera, por así decir, reservárselas, se encontraría con una acumulación que, a la postre, no le traería nada bueno. Pero lo que sí podemos hacer es elegir conscientemente las cosas en que queremos depositar nuestro interés, antes incluso de que éstas se acerquen a nosotros. Si no lo hacemos así, las cosas nos sorprenderán y se llevarán consigo nuestro interés; tanto si queremos como si no. Y, por regla general, el interés que nos es arrebatado de forma tan pasiva por nuestra parte suele ser muy poco armónico. Si, por el contrario, preparamos a tiempo —esto es, cuando aparece Dios bajo el signo del trueno— los gérmenes del día que nace y nos trazamos un plan de lo que queremos vivenciar en este día y, después, modelamos el curso de nuestras vivencias de forma que respondan exactamente a nuestra personalidad y a nuestras decisiones, podremos modelar el día armónicamente. Naturalmente, en todo ello concurre asimismo una cierta espontaneidad, pero no es una
espontaneidad negativa, sino una instancia que por su actitud respecto a nuestras propias fuerzas hace que éstas tengan una proyección positiva. Aquí se muestra la primera antítesis: primero, el trueno; después, la suavidad. La conjugación de los elementos de esta antítesis llega gracias al paso del tiempo, en cuyo transcurso primero elegimos las cosas y, después, nos entregamos a ellas. Sobre la base de esta elección, podemos controlar nuestro entorno, sin necesidad de intervenir directamente, ya que, por así decir, hemos fijado de antemano cómo vamos a repartir nuestro interés; asimismo, podemos infundir realidad exclusivamente a las cosas que tienen un valor para nosotros, mientras que todo aquello de nuestro entorno que nos molesta, al no poderlo eliminar por completo, lo alejamos de nosotros y, si nos tenemos que enfrentar con ello, no lo hacemos de forma alocada, sino con prudente suavidad. Y ello porque ésta es la manera de acabar con lo desagradable: con suavidad, y no con rudeza. Nunca será posible disolver algo desagradable con rudeza, ya que con ésta lo hacemos más consistente. Por el contrario, el viento, lo suave, lo sutil, tiene la propiedad de disolver las cosas. Así, por ejemplo, el viento primaveral disuelve el hielo gracias precisamente a su suavidad, mientras que los vendavales de invierno lo hacen más consistente.

3. Llegamos al mediodía, cuando la jornada alcanza su cénit. Aquí tenemos el signo Li, la luminosidad, del que se dice: «Gracias a él, las cosas se contemplan unas a otras bajo el signo de la luminosidad.» «La luz es el signo del sur. Los sabios, cuando abandonaban los negocios humanos, volvían el rostro al Sur, y gracias a su luminosidad todo aparecía en orden.» Aquí se muestran las cosas en mutua relación, aquí empieza la actividad, bien que una forma de actividad asimismo harto peculiar: una actividad basada en la observación. Existen diversos procedimientos para escrutar el hombre y las cosas, para llegar a conocer uno y otras. Uno de ellos consiste en acumular características, en extraer luego conclusiones de dichas características y, por último, en ordenar estas conclusiones para formar juicios con ellas. Ésta es una forma de observación. Pero existe además la basada en la intuición, aun cuando no es enteramente lógica. La intuición está por encima, no en contra, de la lógica. Una intuición que contradiga la lógica, no es, en realidad, intuición alguna, sino mero prejuicio. La intuición auténtica está en perfecta armonía con la lógica, con la sola diferencia de que va más allá que ésta. La intuición no ha surgido, por así decir, de los sutiles hilos del razonamiento lógico, sino que tiene un fundamento mucho más amplio. Y precisamente sólo a través de esta forma de intuición es posible influir en los demás, pues para influir en alguien hay que captar su interioridad. También se puede influir exteriormente —mediante el terror— en las personas, pero se trata siempre de una influencia pasajera. La violencia no puede alumbrar nunca resultados duraderos y auténticos. En definitiva, influir en los demás sólo es posible partiendo de la observación interior, de la comprensión que va de dentro afuera y que, por esta misma razón, proyecta luz sobre el interior del otro. Aquí nos encontramos con el principio fundamental de la creación cultural, principio que Confucio adoptó del Libro de las mutaciones y que, pese a todas las corrientes momentáneas, perdurará con toda seguridad a lo largo de la historia.

4. Así que las cosas se hallan en la claridad, le llega el turno al signo Kun, la concepción, del que se dice: deja que ellos se sirvan unos a otros bajo el signo de la concepción». Este signo no tiene aquí significación cósmica, sino que está comprendido dentro del proceso psicológico y significa la comunidad. Así que sujeto y objeto han establecido una relación mutua, tiene lugar un servicio recíproco en el marco de la comunidad y, a través de esta comunidad, son alimentadas las cosas y éstas alcanzan la plenitud de la vida.
Esto es algo que sólo es posible en comunidad. Ningún ser humano puede acabar una obra por sí solo, pues la complexión de toda obra requiere el concurso de la comunidad. También el artista necesita de la comunidad para acabar su obra; sí, y posiblemente sea el artista quien con mayor imperativo necesite de ella. Pero la comunidad no tiene que ser precisamente la compañía del vecino X o del vecino Y, de acuerdo con el sitio donde nos encontramos, sino que todos podemos extender nuestra comunidad a lo largo y ancho de siglos y milenios. Y si, por casualidad, no tenemos en nuestra vecindad nadie que pueda ofrecernos esta comunidad, no hay impedimento alguno para que la descubramos en siglos o milenios pasados; y siempre encontraremos una compañía tan estimulante que nos permita llevar a cabo una obra conjunta. Así, Confucio, en tiempos de suprema soledad, vivió en compañía del duque de Dschou, del que, cronológicamente, estaba separado por más de quinientos años. Pero tampoco es necesario que recurramos siempre a un pasado más o menos remoto. En la práctica siempre habrá una comunidad que, de acuerdo con la obra a realizar, esté en condiciones de llevarla a cabo como corresponde. Y esto es precisamente lo decisivo: comprender que se trata de un servicio. Toda obra es servicio, es responsabilidad. Por ello, toda oportunidad de trabajar debe aprovecharse como una oportunidad de servir y, en consecuencia, no hay que ser demasiado exigente con las personas que, en determinadas circunstancias, le son asignadas a uno para un trabajo. ¡Tanto peor para nosotros si no conseguimos sacar nada de estas personas! Puesto que podemos observar al hombre y captar su esencia, tenemos que aprender a descubrir una instancia que nos permita el acceso al interior de las personas y trabajar con ellas a partir de aquí; entonces, la obra que empecemos sí que alcanzará la madurez.

5. Así llegamos a la tarde, que se encuentra en abierta y peregrina oposición respecto a la mañana.
Aquí, la tarea cotidiana llega a su fin. Aquí se juntan los hilos. Aquí aparece el signo Dui, la alegría , del que se dice: «se regocija en el signo de la alegría». Es la cosecha del día, transportada al hogar y convertida en dicha. También esto tiene gran importancia: todo trabajo productivo requiere una elevada dosis de alegría. Llegada la tarde, tenemos que sacudir cuidadosamente el polvo que se ha ido acumulando durante el día —el signo Kun es el signo del polvo y durante su fase se producen dificultades de toda índole—; por ello, así que los hilos empiezan a juntarse, tenemos que sacudir este polvo de forma que todo irradie de nuevo jubilosa alegría. Sólo entonces será productiva la tarea. Es por esto que está escrito: «Él (Dios) hace que ellas (las almas) se alegren bajo el signo de la alegría.»
Este símbolo abarca la mitad activa de la vida.
A continuación viene la noche.

6. La noche no es menos productiva que el día, aunque de forma totalmente distinta. El hombre, una vez concluida la fase de su influencia sobre los demás, alcanza el signo Ki'én, la creación, del que se dice:
«lucha bajo el signo de la creatividad». Transcurrido el día, empieza la noche. ¿Qué va a ser creado aquí y ahora? Y podemos imaginar: la creación consiste precisamente en el irrumpir del día. En el signo Dschen, el trueno, tenemos una forma de creatividad; la forma de creatividad idónea para la tarea cotidiana. Pero aquí la creatividad tiene un sentido muy distinto, puesto que, en realidad, significa: «lucha consigo mismo bajo el signo de la creatividad». La tarea cotidiana ha sido llevada a cabo, ultimada, con júbilo. Y ahora surge la cuestión: ¿ha producido valores este día, o ha quedado todo en bella vaciedad? Precisamente para que no sea así hace acto de presencia la creatividad, que encuentra su razón de ser en la obra creada. Y aquí nos llega la voz de la conciencia con unos parámetros completamente distintos de los exteriores que rigen la sociedad, y nos pide una respuesta, una respuesta creativa respecto a la obra realizada, esto es: ¿están preparados los granos recogidos en la cosecha para una nueva tarea o, por el contrario, todo ha llegado a su fin definitivo?
Así como los temporales de noviembre sacuden de los árboles todo lo que está podrido e inerte, y sólo deja en ellos lo que está vivo, lo que puede volver a resplandecer en la próxima primavera, así también es bueno que el hombre, antes de sumirse en el sueño, dedique un momento —que no tiene que ser precisamente largo— a echar una mirada al día transcurrido y examinarlo en función de su trascendencia. Por eso está escrito asimismo: «lucha consigo mismo». Se trata siempre de una lucha, en el curso de la cual el día ha de reafirmarse y justificarse frente al juicio divino; la creatividad es el cielo, es Dios, y el hombre ha de abrirse paso frente a Dios, no contra Dios entendido como algo exterior, sino en lucha con el Dios que llevamos en nosotros. Cuando he llevado a cabo mi tarea, puedo luchar, en mí mismo, con Dios, y, aun cuando la cobardía y la desilusión se empeñan en presentarlo todo como empresa estéril, yo, plenamente consciente de mi responsabilidad, me puedo abrir paso por encima de estas voces; al igual que en el relato de Jacob, en el cual éste, pese a estar herido, se batió con el ángel del Señor en defensa de su obra y, al fin, salió victorioso. Ésta es la intención oculta en las palabras de Dsong Ds'i, discípulo de Confucio, cuando dice: «Yo me examino a mí mismo diariamente bajo tres aspectos distintos.»

7. Hemos llegado a la medianoche; estamos bajo el signo Kan, el abismo, del que se dice: «Los deja reposar de sus fatigas bajo el signo del abismo.» Aquí tanto el abismo como la luna tienen significados completamente distintos. Ha llegado la noche de la vida, en la que, por así decir, el día es desposeído de su cuerpo y, por lo que respecta a los hombres, la cosecha es arrojada al abismo de la subconsciencia. Esto puede ocurrir de distintas formas. Hay personas —y todos pertenecemos a su mismo grupo en una gran parte de nuestra vida psíquica— que trabajan, por así decir, en la superficie. Y lo que se ha conseguido trabajando en la superficie es acumulado en el tabernáculo de los sueños, donde no tarda en convertirse en sueño, tanto en su forma como en su proyección, y a la postre termina en los dominios del subconsciente. Pero el sabio supremo —dice la sabiduría china— no sueña. Esto quiere decir que el sabio no necesita de estas imágenes evasivas, a las que llamamos sueños, pues vive en un estado desde el cual puede hacer llegar directamente al interior todo lo vivido. Este interior es la línea del medio, que discurre por entre orillas de perfil abismal. Aquí, la vida vuelve a su punto central más íntimo. Y aquí aparece el sueño que disuelve la consciencia. Aquí está la noche en la que nadie puede influir. Aquí está sencillamente la receptibilidad, pero una receptibilidad que no permanece inmóvil, sino que toma sus impulsos de la vida alumbrada por el día. Y si hay en ella algo valioso, se puede seguir adelante.

8. Y ahora llega lo más singular de todo: el amanecer, las primeras horas de la mañana. Su signo es Gen, la montaña, el reposo, del que está escrito: «El reposo es el signo del nordeste, donde se consuma el principio y fin de todos los seres.» En China, el nordeste tiene un significado misterioso, ya que es justamente el punto de la muerte y de la vida. La enorme montaña situada en el nordeste de China, el Taischan, tiene en todas las ciudades un templo dedicado a ella, y en estos templos se hacían públicos los nacimientos y las defunciones ocurridos en cada localidad, pues la montaña constituía, por así decir, el lugar en que se conjugaban la vida y la muerte. Puede decirse que, en cierto modo, en el transcurso de un día, se apaga el día precedente y se prepara la llegada del nuevo. En tiempos de vida normal se puede observar cómo estas horas tempranas poseen una enorme fuerza regenerativa, o más exactamente: en estas primeras horas nos llegan corrientes vitales completamente nuevas, y si conseguimos captar estas corrientes vitales, tendremos una valiosa reserva de fuerzas para todo el día siguiente; por lo tanto, en nuestras manos está llevar una vida sana con ayuda de estas corrientes.
Sin pretenderlo hemos dado un paso adelante: hemos pasado del día, tal como se desarrolla en el espacio de veinticuatro horas, a la vida en su conjunto, vista como un día. Aquí podemos sorprender la esencia del pensamiento chino. La vida es entendida como un día que se va formando lentamente, que encuentra su campo de acción, que tiene que elaborar su propia razón de ser, que acumula sus frutos y, por último, desemboca en ese misterioso y quieto silencio en el que se conjugan pasado y futuro. El confucionismo no se define de forma categórica acerca de lo que ocurre —y cómo ocurre— cuando se ha alcanzado la montaña. La vida penetra en la montaña y sale de ella. ¿Es el mismo ser humano, que toma cuerpo de nuevo, o es un ser humano distinto que, por así decir, ha recogido, como gérmenes de una nueva vida, los frutos ya maduros? El confucionismo nada dice sobre el particular. El taoísmo ha recogido la concepción, perteneciente a la tradición budista, de la transmigración de las almas. En el budismo auténtico no cabe una metempsícosis o transmigración de almas tal como nosotros la entendemos, pues para él no hay sustancias, ni siquiera sustancias psíquicas, sino sólo estados. Pero si queremos hacernos una idea precisa, tenemos que partir de la base de que esta concepción gira en torno al problema de la mutación. Si el hombre se sume en el proceso de las mutaciones y consigue mantener, no obstante, su propio centro, puede muy bien erigir lo perecedero en eterno y crear una obra que, a través de la evolución y consiguiente involución, mantenga una tensión que traiga consigo, como consecuencia, que la obra no se extinga con la muerte, sino que inicie un nuevo ciclo vital gracias a dicho impulso. Y la misión del ser humano podría ser muy bien, en este sentido, llevar una vida que alcance esta tensión, concentrar todas las fuerzas de que disponemos en la vida de tal forma que, una vez limpias de todo lo exterior, surja una actualidad, una entelequia que, como mónada, adquiera una nueva forma y permita progresar hacia el objetivo.
Si antítesis y síntesis se completan mutuamente —la antítesis es necesaria para que el individuo se aprehenda y comprenda a sí mismo, y la síntesis (comunidad) es necesaria para que el individuo encuentre un campo de proyección—, si síntesis y antítesis se completan de forma que en ellas se ultima la obra que recoge el pasado y lo entrega al futuro, el devenir no es mera apariencia, el tiempo no es mero fluir, sino que se transforma en Kairas, en el tiempo preñado de sentido que, a la vista de la eternidad, se proyecta como momento en la realidad."


Cada mañana, cuando nos despertamos, creamos nuestro mundo. Cada mañana, cuando nos despertamos, tomamos los gérmenes de ese caos informe y decidimos cómo va a ser nuestro día... de la misma manera, llevado al ámbito más amplio de toda la vida, podemos decidir que vida queremos vivir, qué gérmenes activar, por decirlo de alguna manera, y que gérmenes ignorar. Claro, no todos pueden ser elegidos, ni siempre podemos decidir sobre todos los aspectos del mundo en el que nos toca vivir... pero aún así, todavía nos queda la opción de tomar decisiones sobre la forma en que ese "tiempo" sobre el que no podemos actuar, afectará nuestra vida. Es como el timonel de un velero que debe llevar su embarcación en un recorrido en el que el viento no está a su favor. Aún así, con la técnica apropiada, puede mover las velas de tal manera de aprovechar hasta ese viento que en principio parece hostil a sus intereses...


4 comentarios:

  1. El librito de Richard Wilhelm al que hago referencia en la nota es La Sabiduría del I Ching, de Editorial Punto Omega /Guadarrama, ISBN 84-335-0222-0, lamentablemente agotado. Lo estuve buscando sin suerte en cuanta librería he encontrado, física y en internet. Yo tengo un ejemplar que ya se está deshojando y que empecé a publicar en mi blog del I Ching, para todos aquellos a los que le interese el tema...

    http://iching-tegularius.blogspot.com.ar/2012/10/richard-wilhelm-y-la-imagen-alemana-de.html

    http://iching-tegularius.blogspot.com.ar/2012/10/el-misionero-en-la-antigua-china.html

    http://iching-tegularius.blogspot.com.ar/2012/10/en-el-campo-de-tension-de-la-joven-china.html

    http://iching-tegularius.blogspot.com.ar/2013/04/el-ultimo-chino-en-la-nueva-europa.html

    http://iching-tegularius.blogspot.com.ar/2013/04/lo-perdurable-en-la-obra-de-richard.html

    http://iching-tegularius.blogspot.com.ar/2013/04/antitesis-y-sintesis.html

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  2. Mi ejemplar de La Sabiduría del I Ching apareció en mi vida como "aparece" todo lo que es importante en nuestro camino: por casualidad... mejor dicho por sincronicidad. Lo encontré perdido en un estante en una librería de La Plata, una tarde de lluvia y viento, en que había salido a caminar para apagar algunos demonios... cómo extraño esas caminatas pisando hojas secas en los otoños platenses. Cuánta soledad y que felicidad por lo que aprendía a cada momento!

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  3. divino,Javier,lo voy a buscar acá,pero no te lo mando si lo encuentro ,no sea que me pase como el de Rumi que le mandé a Marta,y nunca le llegó.Después de unos seis meses volvió a mi casa con cartel de "plazo caducado" y aduana argentina atestada de cosas sin entregar.Asi que si lo consigo,algún día te lo llevo,o te lo mando desde La Plata,=)))

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  4. Me alegro que te guste Claudia. Es un libro hermoso y no te preocupes, si lo ves compralo para vos, yo tengo mi ejemplar un poco despanzurrado pero todavía lo uso seguido. Un abrazo

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