lunes, 3 de marzo de 2014

Bailame el agua (again)




Báilame el agua. Úntame de amor y otras fragancias de tu jardín secreto. Riégame de especias que dejen mi vida impregnada de tu olor. Sácame de quicio. Llévame a pasear atado a una correa que apriete demasiado. Hazme sufrir. Aviva las ascuas. Ponme a secar como a un trapo mojado. No desates las cuerdas hasta que sea tarde, demasiado tarde. Sírveme un vaso de agua ardiente y bendita que me queme por dentro, que no sea tuya ni mía, que sea de todos. Líbrame de mi estigma. Llámame tonto. Sacrifica tu aureola. Perdóname. Olvida todo lo que haya podido decir hasta ahora. No me arrastres. No me asustes. Vete lejos. Pero no sueltes mi mano. Empecemos de nuevo. Sangra mi labio con sanguijuelas de colores. Fuma un cigarro por mi. Traga el humo. Arréglalo y que no vuelva a estropearse. No lo tragues. Héchalo fuera. Crúzate conmigo en una autopista a cien por hora. Sueña retorcido. Sueña feliz, que yo me encargaré de tus enemigos. Dame la llave de tus oídos. Toca mis ojos abiertos. Toca la textura del calor. Hasta reventar. Sé yo mismo y no te arrepentirás. ¿Por cuánto te vendes? Regálame a tus ídolos. Yo te enviaré a los míos. Píllate los dedos, los lameré hasta que no sepan a miel, hasta que dejen de ser miel. Sal, niégalo todo y después vuelve. Te invito a un café. Caliente, claro. Y sin azúcar. Sin aliento.



La ausencia es la delatora de los sentimientos. Es la llama que muestra el dibujo trazado con zumo de limón en mi corazón. A simple vista, la pluma mojada en el ácido líquido no dejó huella en mí. Sin embargo, la ausencia, la distancia, el desamor, desvelarán lo escrito en todo su esplendor, mediocridad o inexistencia. Cuando la mano que manejó la pluma se encuentra lejos, y no la siento sobre mí, llega el fantasma de su no presencia con un candil. Y, a fuerza de desgarrar mi alma, de quemarme por dentro, sé que quiero a alguien, o qué sé yo. Es otra relación de dependencia: necesito estar lejos de la que duerme conmigo para cerciorarme de que quiero seguir soñando a su lado. Si no aparece ese fantasma, está claro: nada me corroe, soy hielo que flota sobre el agua plácidamente.
No es fácil notar la textura del cariño en mi piel cuando estoy cubierto por la miel de sus caricias. Lo físico y lo espiritual se confunden en una bañera de agua tibia. Es sencillo sentir calor, e identificarlo con algo más profundo, cuando su roce quema mis entrañas, cuando entro en sus entrañas. Sin embargo, en el momento en que su calidez corporal desaparece, se aleja de mí, solo sabré si la llama existe si aparece el fantasma del candil, con el fuego de la ausencia doliente, de la desazón y de la lágrima nacida de la chispa, e incendia mi corazón, la noche y el día. Luego, cuando ella vuelva, el fantasma se irá de nuevo y ya no veré el dibujo tatuado con zumo de limón en mi corazón hasta su próxima ausencia, o hasta que la llama, de tanto acercarse, queme ese amor y no la necesite nunca más.



Ojalá la ventana diera a la calle. Ojalá fuera una terraza repleta de tiestos con geranios y claveles y cactus y enredaderas. Saldría cada día con un pañuelo a despedir a María y a rogarle una vez más que no se fuera. El sol me sonreiría y las palomas, en vez de mecerse en finas hamacas de trapos chorreantes, vendrían a comer las migas de pan que guardaría en el pañuelo. El mismo pañuelo que ahora guardo bajo mi cama, porque no tengo terraza, no tengo calle, no tengo sol, no tengo a María, no tengo migas de pan, no tengo nada...

Daniel Valdés


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