jueves, 30 de enero de 2014

Un Rompecabezas




Había una vez un rompecabezas, una especie de juego barato y sencillo, no mucho mas grande que un reloj de bolsillo y sin ninguna especie de artificios sorprendentes. Labrados en la madera plana, que estaba pintada de color marrón rojizo, tenía ciertos senderos laberínticos azules, todos los cuales conducían a un diminuto agujero. Una vez que la bolilla había alcanzado el agujero, el juego había terminado, y si se quería empezar nuevamente, antes había que sacudir la caja, sacando la bolilla del agujero. El conjunto estaba cubierto por un fuerte cristal convexo, y uno podía meterse el rompecabezas en el bolsillo, llevarlo encima, y donde quiera se estuviese, tomarlo y jugar con él.
Si la bolilla no era utilizada, se pasaba la mayor parte del tiempo yendo de un lado a otro, las manos unidas tras la espalda, evitando los senderos. Consideraba que ya tenía bastantes senderos durante el juego y que gozaba de cabal derecho a recuperarse en plano abierto mientras no hubiera juego. A veces elevaba su mirada hacia la bóveda de cristal, pero solo a causa del hábito y sin ninguna intención de tratar de descubrir algo en ella. Se movía de manera algo bizarra y afirmaba que ella no estaba hecha para andar por esos caminos angostos. Lo cual era parcialmente cierto, porque en verdad los senderos apenas podrían contenerla, pero también era falso, porque ella estaba muy escrupulosamente confeccionada para calzar exactamente en el ancho de los senderos, aunque los senderos no habían sido calculados, por cierto, para resultarle cómodos a la bolilla, puesto que, de lo contrario, la cosa no habría sido un rompecabezas.

Franz Kafka - Parábolas y Paradojas


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