jueves, 30 de enero de 2014

Leer a Kafka




"Leer a Kafka es una incomodidad, y no precisamente una incomodidad como la que menciona Foucault refiriéndose a un texto de Borges. Leer a Kafka sin corazas ni prevenciones significa descubrir que las cosas no son tal como las queremos, es decir, como las fingimos, creemos o imaginamos. Leer la obra del manso abogado praguense de la dulce mirada de tísico hace relampaguear ante nuestro espíritu, aunque solo sea por un instante, la visión de un mundo al que somos ajenos, de una codificación universal que no controlamos sino que, por el contrario, nos controla..."

Esto es lo que dice Ezequiel Martínez Estrada en su prólogo al libro Parábolas y Paradojas. 
Pero claro, es una incomodidad si, de alguna manera, el que lee tiene algo en común con el manso abogado de la dulce mirada de tísico. Solo si previamente hay una conexión con esa manera de ver el mundo puede sentirse esa incomodidad. Solo si el que lee tiene en su interior el germen necesario puede sentir que el mundo pierde el claro sentido que siempre tuvo.
 Para el ciudadano de a pie, lo que dice Kafka es algo que no le quita el sueño, es más, piensa que solo son divagaciones de un tipo espiritualmente enfermo, que bien haría en visitar un psicólogo para solucionar sus problemas nunca resueltos. Para ese hombre de a pie, el mundo es su suplemento deportivo, las revistas de actualidad, los escarceos políticos y no mucho más...


"... El hombre es el animal que interpreta, sin saber siquiera si el tema interpretado es una trampa: un eterno perseguidor de fantasmas en una cárcel infinita."

E. S.




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