jueves, 3 de octubre de 2013

Carta a una amiga inventada




Hotel Excelsior

Place de France

Casablanca

 (14 de enero de 1927)

Dejé Toulouse por un día, Rinette y he aquí que estoy navegando a la buena de Dios desde hace cinco. No sé ya con exactitud dónde me encuentro. Ayer almorcé en Alicante y cené en Málaga. Quizá en Toulouse haya una carta tuya esperándome. Estará madurando dulcemente en mi buzón. Le encontraré un sabor delicioso y le haré decir mil cosas que tú nunca me has dicho.

Porque leo las cartas a traición. Busco en ellas la mueca, la entonación, la sonrisa. Me desespera no encontrar el matiz exacto de “hace buen tiempo”, ¡puede querer decir tantas cosas! “Llueve”, también. Puede querer decir: “¡Qué alegría! Llueve. Llueve pero no me importa…”, o bien: “Por Dios, cuánto me fastidias”. O también: “No sé por qué no te escribo. No tengo nada que decirte. Llueve”.

Es en el tono donde hago trampa.

Seguro que hay una carta para mí en Toulouse.

 Y habrá también camisas y cuellos limpios, y pañuelos. Y jabón, claro está. No me llevé más equipaje que un cepillo de dientes y un peine. (Un peine para dos. Me encanta esta precisión). Me bastaba para Perpignan, a donde iba. Pero estoy a merced de los vientos y sueño con ropa limpia, agua de colonia, cuartos de baño. Montones de cosas perfumadas. Necesito que me planchen. Estoy lleno de grasa y todo arrugado por la fatiga.

Pero estoy peinado con una raya magnífica. Aprovecho mi peine.

El vuelo de esta tarde me desfila todavía por la mente a causa de mi derrengamiento. Las discusiones con el paisaje. Esta carretera, según el mapa, debería cruzar la vía del ferrocarril. La intersección es un punto de referencia. Pero se acerca, la roza, se separa. Se ríe de nosotros, del mapa, y le chillamos: “¡Mira que te cuesta! Hala, atraviésala…” Indignada, se escapa por la izquierda. ¿Dónde diablos nos encontramos?

Y el bosque que creíamos espeso. El bosque que sobre el mapa hace una hermosa mancha verde. Lo buscamos, pero está ahí. “Ah, ¿eres tú el bosque? Nunca lo hubiera creído. Estás apolillado”. Y miramos melancólicamente hacia este felpudo desguarnecido que sobre el mapa es de color verde.

No te hablo de los hostiles dioses de las montañas. Nos presentamos para poder pasar. Subimos a tres mil, qué orgullo. Pero los dioses hostiles nos tiran de los pies y el altímetro baja “3.000… 2.500… 2.000… 1.500… 1.000…” y nosotros también bajamos, y nos damos media vuelta porque las montañas son ahora más altas que nosotros y los dioses hostiles se ríen. Y buscas la salida por el valle con la misma comodidad que una tortilla en la sartén, porque aquellos dioses hostiles juegan al tenis, pero contigo.

Ayer por cinco veces seguidas saqué la cabeza por encima del plano superior. Una pasajera estuvo a punto de desmayarse. No es en absoluto igual que Le Bourget…

Luego, durante algún tiempo no se sienta uno más que con una fingida sonrisa.

Estoy borracho de sueño, Rinette, me muero de sueño, me caigo de sueño. Cada frase que digo termina en un sueño y tú no eres más que una cara de este sueño. Me desespero de no poder dejar en claro nada de lo que creo que te estoy diciendo. Ya no estoy seguro de si estoy en Casablanca. No estoy seguro ya de que existas. Deja que vaya a acostarme o me dormiré en tu presencia, lo cual no sería cortés.

Rinette, ya no puedo más. He sido un héroe al escribirte.


Antoine



De Cartas a una amiga inventada, Antoine de Saint-Exupéry


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Los Napoleones del fin de semana

  Hay un brillo inquietante en sus ojos cuando acuden cada sábado a la cita. Llegan uno tras otro, casi furtivamente, con sus cajas y reglam...