miércoles, 9 de octubre de 2013

De la esposa de Pilato a una dama romana




Iba yo paseando con mis doncellas por los huertos de las afueras de Jerusalén cuando lo vi entre unos pocos hombres y mujeres sentados a su alrededor, y les hablaba en un lenguaje que yo solo a medias entendía.
Pero una no necesita de un lenguaje para percibir una columna de luz o una montaña de cristal. El corazón conoce lo que la lengua nunca puede proferir y el oído jamás puede oír.
El hablaba a sus amigos de amor y de poder. Sé que les hablaba de amor porque había melodía en su voz, y sé que les hablaba de poder porque había ejércitos en sus ademanes. Y El era tierno, aunque ni siquiera mi esposo pudo haber hablado con semejante autoridad.
Cuando El me vio pasar, interrumpió un instante su discurso y me dirigió una mirada de amable indulgencia. Y me sentí humillada, y en mi alma supe que había pasado junto a un dios.
Después de ese día su imagen visitó mi intimidad cada vez que me sustraía a la sociedad de hombres y mujeres; y sus ojos buscaban mi alma cuando mis propios ojos estaban cerrados. Y su voz rige la quietud de mis noches.
Estoy por siempre cautiva, y hay paz en mi pesar y libertad en mis lágrimas.
Amiga bienamada, nunca viste tú a ese hombre y nunca lo verás.
El partió mas allá de nuestros sentidos; pero, de entre todos los hombres, El es ahora el más próximo a mí.

Extraído del libro "Jesus, el hijo del hombre", de Khalil Gibran.


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