jueves, 3 de octubre de 2013

Carta a una amiga inventada 2




SOCIÉTÉ ANONYME
DES GRANDS CAFÉS DE TOULOUSE                        
15, PLACE WILSON

Café Restaurante Lafayette,

(octubre de 1926)         


Heme aquí en Toulouse, Rinette. De los días pasados en París guardo un pobre recuerdo. Visitas, compras, el examen. Desmontar mi habitación del hotel. Transportar con dificultad maletas demasiado pesadas, llenas de libros y de los objetos más inverosímiles de los que no me he sabido desprender. Una prensa de grabados, un aparato de liar cigarrillos que no me servirán nunca de nada pero que de repente creí muy necesarios. Y luego, imprevistamente, quince minutos vacíos antes de tomar el tren. Quince minutos muertos.        

Este atardecer en el que me sentía lejos de todo. Eusebio se escapaba hacia Fontainebleau, M... iba al cine, tú, al concierto. Me encontraba solo en el quai Malaquais, cerca de un teléfono muerto. Tenía mi sombrero y mi abrigo y me sentía —por tenerlos encima, sentado en un sillón— terriblemente incómodo.        

Ahora puedo sentarme, por fin, tranquilamente, junto a ti. Cosa que no me permitiste en tu casa. Y me reprochabas que no hiciera caso a toda aquella gente de la que me burlo soberanamente y que me robaban tu presencia —no sé expresar muy bien mi rencor—. Quizá por encontrarte siempre tan poco generosa de tu presencia. Pereza de escribir: claro. La pereza se siente cuando no se tiene nada que decir. Si a uno le gusta ver a la gente en grupo, es igual. Y yo que voy con todo mi bagaje y ni siquiera puedo abrirlo. Sería tonto reprocharte nada, es culpa mía por ir con todo ello.        

Además esta noche siento una serenidad filosófica en la paz de mi alejamiento. Y tengo la gripe por añadidura. La fiebre me envuelve en una agradable sensación. Un poco de dolor de cabeza, sólo lo justo para poder compadecerme a mí mismo.        

Y vengo a sentarme a tu lado, cosa que sin duda tampoco permites. Te incordia. Pero a mí me da igual. Esta noche te fabrico a mi gusto y no sabes qué amable me estás resultando. En el fondo éstas son las únicas conversaciones que tengo contigo. Las que yo mismo invento. Y tienes una inteligencia, y una paciencia: ¡lo entiendes todo! Y yo me vuelvo hablador: es maravilloso. De qué forma me tomo la revancha con mi amiga inventada.        

Quizá sea porque te invento por lo que me importas tanto. A veces, sin embargo, cuadras con la imagen que me he hecho de ti. En todo caso la fomentas. Tu tarde de música da mucha vida a esta amiga que tengo esta noche. Tienes un poco de mezcla de Offenbach. Tienes las tonalidades de las pantallas. No te quejes, no está mal. Además, no es de tu incumbencia.        

En el fondo te estoy escribiendo todo esto —que es verdad— con el placer de incordiarte. En otra ocasión me sentiría triste. Pero la gripe de esta noche ha destruido la importancia de las cosas. No me siento capaz de soportar un alto grado de melancolía. Se me hace más fácil el decirte que no eres muy buena persona. Lo digo con malicia, sin amargura— no te gusta dar motivos de amargura (no te gusta dar nada en absoluto).        

Ya sé que existen personas que se sienten mal cuando se dan cuenta de que han dado demasiado de sí mismas. Les parece un abuso de confianza o una traba para su independencia. ¡Qué sé yo! Es curioso. Te imagino un poco así. Es una gran desfachatez por mi parte el sentarme ante ti esta noche y tenerte prisionera — ¡qué suerte! Y pronto prisionera en el Senegal, ¿te das cuenta?        

Es una lástima que a veces seas capaz de causarme pena —y que yo sepa protegerme tan mal. Tu imagen esta noche es muy ligera. Si escribiera versos diría cosas hermosas. Diría: “Tu imagen —punto y aparte— tiene la gravidez de una paloma...” Es maravilloso. Y agradable. No sé si te das cuenta del encanto que tiene. Este pájaro, concebido como algo fugaz. Se sopla “Pfff...” y desaparece. Por desgracia a veces se convierte en un adoquín. Ante mi buzón bien que soplo “Pfff...”, pero el adoquín es pesado.        

Eso es todo. Peor para ti, vaya carta. De todas formas no está dirigida a ti. Tengo pleno derecho a conversar conmigo mismo. He deshecho un poco mis maletas, pero haciendo trampa.        

Ahora, si esperas que te diga qué día me marcho, el tiempo que hace o el menú de mis comidas, esperarás en vano. En St.-Maurice tengo un baúl enorme. Desde que tenía siete años sepulto en su interior mis proyectos de tragedia en cinco actos, las cartas que recibo, mis fotos. Todo lo que me gusta, todo lo que pienso y todo lo que quiero recordar. Alguna vez lo esparzo todo sobre la alfombra. Echado boca abajo vuelvo a mirar cantidad de cosas. No hay otra cosa en mi vida que tenga importancia más que este baúl.        

Todo lo demás, el tiempo que pueda hacer, el menú de mis comidas, lo que será de mí en el futuro, me da absolutamente igual.        

No tengo nada más que decirle a tu imagen... 
                                                                       

Antoine

De Cartas a una amiga inventada, Antoine de Saint-Exupéry


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Los Napoleones del fin de semana

  Hay un brillo inquietante en sus ojos cuando acuden cada sábado a la cita. Llegan uno tras otro, casi furtivamente, con sus cajas y reglam...