miércoles, 9 de octubre de 2013

Nataniel




Dicen que Jesús de Nazaret era manso y humilde. Dicen que Él, aunque justo y recto, era temeroso, si bien era a menudo tomado por fuerte y poderoso; y que cuando estaba en presencia de hombres de autoridad no era sino un cordero entre leones.
Pero yo digo que Jesús tenía dominio sobre los hombres y que El lo sabía y lo proclamaba entre las colinas de Galilea y en las ciudades de Judea y Fenicia.
¿Qué hombre dócil y blando podría decir: "Yo soy la vida y el camino a la verdad?"
¿Qué hombre manso y humilde podría decir: "Yo estoy en Dios, nuestro Padre; y nuestro Dios, el Padre, está en mí?"
¿Qué hombre inadvertido de su propia fuerza hubiera dicho: "Aquel que no cree en mí no cree en esta vida ni en la vida eterna?"
¿Qué hombre inseguro del mañana proclamaría: "Vuestro mundo pasará y no será más que cenizas dispersas antes de que se extinga el eco de mis palabras?"
¿Dudaba El acaso de sí mismo cuando dijo a quienes querían comprometerlo con una ramera: "Aquel que esté sin pecado que arroje la primera piedra?"
¿Temía a la autoridad cuando echó a los cambistas del atrio del templo, aunque estaban con la licencia de los sacerdotes?"
¿Estaban rotas sus alas cuando dijo a gritos: "Mi reino está por encima de vuestros reinos terrenales?"
¿Estaba El buscando albergue en las palabras cuando repetía una y otra vez: "Destruid este templo y lo reconstruiré en tres días?"
¿Era cobarde El que agitaba su mano en la cara de los poderosos llamándolos "mentirosos, ruines, inmundos y degenerados?"
Un hombre lo bastante osado como para decir estas cosas a quienes gobernaban en Judea, ¿podría ser considerado manso y humilde?
No, por cierto. El águila no construye su nido en el sauce llorón. Y el león no busca su guarida entre los helechos.
Me asquea y se me revuelven las entrañas cuando oigo a los pusilánimes llamar a Jesús manso y humilde para justificar su propia flaqueza; y cuando el humillado, para sentirse consolado y acompañado habla de Jesús como de un gusano que brillara a su lado.
Si, mi corazón se asquea frente a tales hombres. Prefiero llevar mi prédica al cazador vigoroso y al indomeñable espíritu montaráz.

Extraído del libro "Jesus, el hijo del hombre", de Khalil Gibran.




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