viernes, 6 de junio de 2014

Del uso de las parábolas




El venerable consejero Hui era escuchado por el emperador.
Un cortesano celoso de su influencia dijo un día al monarca:
-Su Grandeza, es realmente un fastidio tener que soportar en los consejos de ministros las interminables digresiones de ese viejo senil. ¿Habéis observado que ha adoptado la enojosa costumbre de ilustrar sus palabras con toda clase de cuentos, anécdotas y leyendas? Pedidle, por favor, que no siga utilizando todos esos apólogos que nos embrollan la mente y nos hacen perder un tiempo precioso.
En la siguiente apertura de sesión del consejo, el emperador pidió solemnemente al anciano que en lo sucesivo expresara su pensamiento sin rodeos, ¡y sobre todo que dejara de distraer a la asamblea con fábulas¡ Hui inclinó su cráneo cano, enderezó su rostro, tan impenetrable como una máscara de ópera, y dijo:
-Majestad, permitidme que os haga una pregunta. Si le hablo a alguien de una ballesta, y mi interlocutor desconoce por completo de qué se trata, y yo respondo que una ballesta se asemeja a una ballesta, ¿comprenderá de qué estoy hablando?
-Ciertamente no -contestó el soberano barriendo con la mirada las vigas del techo.
-Bien -siguió el viejo consejero-, pero si le digo que una ballesta se asemeja a un arco pequeño, que la caja es de metal, la cuerda de fibras de bambú, y que en consecuencia es más potente: si le digo además que la ballesta lanza proyectiles más pequeños y más sólidos que las flechas, guiados por un canal de madera, y que posee por tanto mayor precisión que un arco, ¿comprenderá entonces mi interlocutor de qué se trata?
-¡Evidentemente! -exclamó el emperador, agitando sus mangas de brocado.
-De este modo -prosiguió el patriarca -debo recurrir a una imagen que mi interlocutor conozca para explicarle lo que no entiende. Y lo propio de las parábolas es hacer accesible una idea sutil. ¿Seguís, pues, siendo del parecer, Majestad, de que renuncie a expresar mi pensamiento con ayuda de algunos cuentecillos inventados y muy instructivos?
-Claro que no -respondió el soberano lanzando una mirada divertida al cortesano celoso a quien obstinadamente se le iban los ojos hacia sus escarpines de fieltro.

Del libro "Cuentos de los Sabios Taoístas, de Pascal Fauliot. Paidós Orientalia
ISBN 978-84-493-2798-8


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