jueves, 5 de diciembre de 2013

Consideración chinesca




Bajo la más tensa atención de todos los pueblos se celebra en Washington un congreso que debe evitar una guerra entre América y Japón y limitar los armamentos marítimos de las grandes potencias. Parte de la tarea ha sido resuelta, se ha alcanzado cierta meta. En un futuro más o menos próximo no habrá guerra entre el Japón y América, no será dilapidado más dinero ni trabajo en la construcción de buques de guerra. El mundo respira tranquilo.
El mundo ha prestado menos atención que a estos resultados a otra parte del contenido de aquellas reuniones de Washington. En aquellas sesiones, los fuertes y poderosos se han unido en cierto grado. Pero entre ellos había un débil, al que escucharon poco. Era China. La potencia más antigua de la
Tierra, la antiquísima, la enorme China, no ha encontrado aquel camino de la adaptación al mundo occidental que el Japón viene recorriendo desde decenios con mucha consecuencia. China se ha debilitado mucho, apenas si representa ya el papel de una potencia independiente y es considerada por las otras - las potencias poderosas - casi solo como un territorio de intereses susceptible de ser repartido.
Ya hace años, un chino, un prosélito del viejo y digno mundo del pensamiento chino se pronunció sobre estos sucesos en un sentido que no tiene nada en común con la Política, pero que está muy cerca del espíritu del Tao Te King. Dijo algo así: Aunque los japoneses u otros pueblos nos conquisten, ocupen nuestro país y nos gobiernen, aunque esto suceda, aunque se evidencie que somos los más débiles, que cualquiera puede conquistarnos y devorarnos, si este es el signo de la China, ya veremos si después de habernos devorado nos pueden digerir. Puede ocurrir que el Gobierno, el Ejército, la Administración y las Finanzas, sean japoneses, americanos o ingleses, pero los conquistadores de la China no podrán impedir el ser conquistados a su vez por el espíritu de la China, que se conviertan en chinos poco a poco. Pues China es débil en el manejo de las armas y en la Política, pero es rica en vida, en espíritu y en antiquísima civilización.
Cuando leí los últimos informes de Washington pensé en este amable chino. Y me dije: ¡Ya ahora, cuando China está viviendo su decadencia como potencia mundial, antes de ser vencida, ya ha conquistado una buena parte de Occidente! En los últimos veinte años, la vieja China, la espiritual, que antes no era conocida más que por algunos sabios, ha comenzado a conquistarnos por las traducciones de sus libros antiguos, por la influencia de su viejo espíritu. Hace más de diez años que Lao Tse, por habérsele traducido a todos los idiomas de Europa, es conocido y ha ejercido en ella mucha influencia. Cuando antes, hace más de veinte años, hablábamos del espíritu de Oriente, pensábamos exclusivamente en la India, en los Vedas, en Buda, en la Bhagavad Gita. Ahora, cuando hablamos del espíritu oriental pensamos tanto o más en la China, en el Arte chino, en Lao Tse, en Dschuang Dsi, y también en Li Tai Pe. Y se evidencia que el pensamiento de la antigua China, sobre todo el del taoísmo primitivo, no es en modo alguno para los europeos una curiosidad remota, sino que nos afirma sustancialmente, que nos aconseja y ayuda en lo esencial. ¡No es que podamos adquirir en estos viejos libros de sabiduría una concepción de la vida nueva y salvadora, no es que hayamos de desprendernos de nuestra cultura occidental y convertirnos en chinos! Pero es que vemos en la antigua China, excepcionalmente en Lao Tse, indicios de un modo de pensar que nosotros hemos descuidado demasiado; vemos allí fuerzas estimadas y reconocidas, de las que nosotros, ocupados en otros menesteres, no nos preocupamos hace mucho tiempo.

 Me acerco al rincón de mi biblioteca, donde están los libros chinos -¡un bello rincón tranquilo y feliz! -. En estos libros antiquísimos hay cosas muy buenas, y con frecuencia sorprendentemente actuales. ¡Cuántas veces durante los terribles años de la guerra encontré aquí pensamientos que me consolaron y levantaron mi ánimo!
Y leo, en una carpeta con apuntes que he coleccionado, algo de Yang Tschou.
Yang Tschou, un sabio chino, que quizá fuera coetáneo de Lao Tse y anterior al Buda indio, dijo una vez que el hombre puede conducirse en la vida como un señor o como un criado. Y referente a ello, pronunció el siguiente aforismo:

DE LAS CUATRO DEPENDENCIAS

Hay cuatro cosas de las cuales dependen la mayoría de los hombres, que todos codician: larga vida, fama, rango y honores, dinero y bienes.
El continuo deseo de estas cuatro cosas es el motivo principal de que los hombres teman al Demonio, de que se teman unos a otros, de que sientan angustia ante los poderosos y temor al castigo. Sobre este cuádruple temor y dependencia se asienta todo Estado.
Los hombres que sucumben a estas cuatro apetencias viven como insensatos. Les es indiferente que se les mate o se les perdone la vida: ¡el destino les viene impuesto a estos hombres desde fuera!
Pero a quien ama su destino y se sabe identificado con él, ¿qué le importa una vida larga, la fama, el rango o la riqueza?
Los hombres de esta clase llevan la paz dentro de sí. Nada en el mundo puede amenazarlos, nada puede serles enemigo. Llevan el destino en su interior.


Consideraciones - Hermann Hesse (1921)


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