sábado, 30 de noviembre de 2013

La Noche de Getsemaní - Capítulo X (final)




X

En Pascal todo ha cambiado radicalmente. En otros momentos temía más que nada a la "razón" con sus sentencias, a la conciencia con sus "implacables" juicios. Ahora, sentencias y juicios ya no existen para él. Podríamos tal vez expresarnos con fuerza aún mayor: Pascal parece que siente cómo todo cuanto está prohibido por la razón y por la conciencia sea precisamente aquello que especialmente necesitamos. pero aquí, quizá, sería menester hacer una reserva para no dar pretexto a interpretaciones falsas. Recordemos que Pascal -al contrario que Descartes y otros filósofos- bajo el nombre de verdad no comprendía lo que cada uno podría ver cuando se la mostraran. Dios -afirma Pascal- quiere que algunos vean, que otros permanezcan ciegos. Y el ser ciegos o videntes no depende de nuestra voluntad: Dios engaña a quien quiere engañar, y no disponemos de ningún medio para obligarlo a revelar la verdad a todos. En consecuencia, la verdad no necesita esconderse a los hombres: vaga entre ellos, sin velo alguno, y quien no debe verla, no la verá: quiere decir que le falta el órgano necesario.
Quizá no esté fuera de lugar aquí cómo la teoría pascaliana del conocimiento no es tan original como puede parecer a primera vista. No es que Pascal la haya tomado de otros, la descubrió él personalmente o, para decir mejor, la encontró precisamente donde nadie va a buscar una teoría del conocimiento: esto es, en las Santas Escrituras. Pero otros filósofos, hasta paganos, habían ya dudado de algo. Platón decía a Diógenes que no tenía el "órgano" necesario para ver las "ideas"; y Plotino sabía que la verdad no era un "juicio obligatorio para todos". Para ver la verdad, enseñaba, hay que "sobrevolar" todas las cosas obligatorias, elevarse "más allá" de la razón y de la conciencia. Todo ello fue dicho por Platón y por Plotino, pero la historia nos ha hecho llegar cosas muy distintas. La historia nos dice: Platón nos enseña que la mayor desdicha consiste en volverse misólogos (o sea hostíl a la razón); y Plotino: arké un lógos kai pánta lógos (el principio es la razón, y todo es razón). La historia ha rechazado el resto como inútil, y las teorías contemporáneas del conocimiento (si bien apoyan casi todas a Platón y tienen en gran cuenta a Plotino) toman como punto de partida el aristotélico: "verdad es aquello que puede enseñarse a todos".
Ahora bien, Pascal afirmaba que no se puede comprender nada de la obra de Dios sin tener claro en la mente que él quiere "cegar" a algunos e "iluminar" a otros. Me parece que Pascal no lo ha dicho todo. Parece que Dios ya "ciega", ya "ilumina" a un único y mismo hombre: en consecuencia, ese hombre ya ve la verdad, ya no la ve. Y muy comunmente sucede que el hombre, al mismo tiempo, vea y no vea. Por esto, en las "últimas" preguntas -así como nos explica Pascal- no hay, no puede haber y no debe haber nada estable, nada cierto: y precisamente por esto él mismo parece formado de contradicciones. Pascal mismo nos hace saber que los pensamientos le acuden a la mente y le huyen según el capricho de ellos. En la serie sistemática de las deducciones sobrias que componen su teoría de la "apuesta" fulguran de pronto las palabras absurdas: "volverse autómatas". En una página glorifica la razón; en otra, brutal y desdeñosamente vuelve a colocarla en el lugar que le corresponde. Y el "Yo" declarado "odiable", y del que dice que "la verdadera y única virtud consiste en odiarlo", este "Yo" se vuelve la cosa más preciosa del mundo, mucho más preciosa que todas las virtudes abandonadas por Pascal a los discípulos de Pelagio y a los habitadores de los establos. La máxima: "El corazón tiene razones que la razón no conoce" se mezcla con todo, provocando las más inesperadas y milagrosas transformaciones. En realidad, volviendo su tesis, con igual derecho podría decirse: "La razón tiene razones que el corazón no conoce" Efectivamente es así. La razón hace oír sus exigencias sin tener en cuenta al corazón, y otro tanto hace el corazón sin tener en cuenta a la razón. El "corazón" -mas, ¿qué es este corazón misterioso?- dice con Job: "Si se colocara mi dolor sobre una balanza, se lo vería más pesado que la arena del mar". La razón contesta: "Si en una balanza se pusiera el dolor, aunque fuera el del universo entero, no podría levantar un solo granito de arena"
He aquí una nueva controversia, y de nuevo no se sabe quién la decidirá. La razón insiste: "El hombre es un débil junco perdido en los espacios infinitos: el menor soplo de viento, una gota de agua pueden matarlo; pero el viento, la gota de agua, el mismo universo inmenso no se dan cuenta de su fuerza, ni de la debilidad del hombre: por tanto, su fuerza es ilusoria e ínfima." ¿Es ésta una argumentación? ¿Se puede discutir y luchar con la evidencia? Naturalmente, la razón se opone: reconoce fuerza demostrativa solamente a esas verdades abstractas a la que no pueden destruir ni la gota de agua ni el universo inmenso. Tal potencia aniquiladora es para la razón una potencia delante de la cual -ateniéndose a sus leyes- todos deben inclinarse devotamente. La razón enseño a Pascal -y, antes aún, a los filósofos griegos- que el "yo es odiable" por no ser eterno, porque conoce la ghénesis y la ftorá, el nacimiento y la muerte; por ella le fue inspirada su ley fundamental: "Hay que tender a lo general". Tal regla ha servido como sonda y como base a toda la filosofía antigua y moderna, y sin ella no son posibles ni la ética ni la teoría del conocimiento. Pero el "corazón" odia lo "general". Delante de cualquier amenaza o promesa de la razón, no quiere tender a lo "general", así como no quiere reconocerle las cualidades de suprema legisladora. Pascal recurre a las "verdades" halladas en la Biblia para derrotar con su ayuda la razón y sus exigencias. Vosotros consideráis evidente que haya un fin para todo lo que tiene principio. Y halláis la muerte un acontecimiento tan "natural" como todos los otros acontecimientos naturales. Pero vuestra "evidencia" no es más que vuestra ceguera. Descartes, en su sabia ingenuidad, ha creído que Dios no quiere y no puede engañar a los hombres: una cosa así le está prohibida por la teoría del conocimiento y por la ética de los paganos. Pero ahora sabemos que hay otra teoría del conocimiento y otra ética; sabemos que Dios puede y quiere engañar a los hombres. Y su mayor engaño -del que fue víctima el mismo divino Platón- consiste en esta persuación: que todo lo que tiene un principio tiene también que tener un fin; y que, en consecuencia, la muerte es el hecho natural entre los hechos naturales. Por cierto, muchas cosas que tienen un principio tienen también un fin; pero no todas. Y en realidad, la muerte ("comprendida" por la razón como necesaria consecuencia de los principios por ella establecidos) es la cosa más incomprensible y menos natural de todo cuanto observamos en el mundo. Aún menos natural, el hecho de que los hombres hayan podido aceptar las verdades de la razón, amar lo "general", las "leyes", y odiar su propio "Yo"; que hayan podido experimentar tal interés por las verdades "abstractas" como para olvidar su propio destino: "La inmortalidad del alma nos preocupa tanto, nos toca tan profundamente, que hay que haber perdido el juicio para no preocuparse por saber que es" Y aún: "Nada es tan importante para el hombre como la eternidad. Y así, en nada es cosa natural hallar hombres indiferentes ante la pérdida de la vida y ante el peligro de una eternidad de miserias. Éstos, delante de todas las otras cosas, se muestran muy diferentes: medrosos aún para las más leves, las preven, las sienten; y aquel que pasa tantos días y tantas noches en la ira y en la desesperación por la pérdida de una dignidad o por alguna ofensa imaginaria a su honor, es el mismo que, tranquilo y sin emoción, sabe que ha de perderlo todo con la muerte. Es monstruoso advertir, en el mismo corazón y al mismo tiempo, tanta sensiblidad por las cosas mínimas, y tanta extraña insensibilidad por las mayores. Tal incomprensible aturdimiento y tal sobrenatural amodorramiento revelan una fuerza omnipotente que los produce.
Veis como cualquier cosa se altera en la mente de Pascal. La ética y la teoría del conocimiento griego, con su aversión por todo lo que es irracional, con su afirmación de que el "yo es odiable", con su tendencia a lo "general", con su creencia en el carácter "natural" de la muerte pierden todo su poder. Donde la "filosofía" encuentra la verdad y advierte la evidencia absoluta, Pascal ve el "aturdimiento" y el "sobrenatural amodorramiento". Y tal vez, ahora, ya no nos atreveremos a repudiar su exorcismo: "Humíllate, razón impotente". ¿Cómo podrá nunca el hombre librarse de los encantos sobrenaturales, si nuestras "verdades eternas" nos procuran solamente "aturdimiento" y "amodorramiento"; si vivimos en un reino hechizado? Despreciamos las supersticiones, estamos convencidos de que los exorcismos son absurdos: he aquí todavía otra de nuestras "verdades eternas". Pero esto podía valer mientras nuestra teoría del conocimiento y nuestra ética se apoyaban en la hipótesis de que Dios debía ser verídico y debía, a igual que los hombres, someterse a una ley superior. Ahora, si Dios quiere que unos sean ciegos y otros videntes, la cosa cambia de aspecto por entero: el exorcismo aparece como el único medio -si bien "sobrenatural"- para romper las evidencias-errores creados por una fuerza otro tanto sobrenatural; y la búsqueda de la verdad no debe ser ya una tranquila y desapasionada investigación. De ahora en adelante hay que confesar que solamente aquellos que "buscan gimiendo" lo hacen útilmente; de ahora en adelante el abismo del que no podía defenderse Pascal y su loco terror frente a este abismo son más deseables que la "estabilidad" y la "seguridad". Solamente el horror que el hombre experimenta cuando siente desaparecer la tierra bajo sus pies, y el de cuando cae en una profundidad sin fin pueden conducirlo a la "loca" resolución de repudiar la "ley" y de sublevarse contra todas las verdades reconocidas. He aquí por qué, en sus Pensamientos, Pascal habla largamente de las terribles condiciones de nuestra existencia terrenal.
La razón repite sus propias verdades: A = A - La parte es más pequeña que el todo - Dos magnitudes iguales a una tercera son iguales entre sí - Lo que tiene un principio tiene que tener un fin - La moral exige que la virtud se satisfaga en sí misma - que el yo humano, hostil por su naturaleza a cualquier ley, sea vuelto a la obediencia - que Dios mismo se someta a la ley…todas cosas que Pascal comprende; son cosas que sabe: vivió en las dos Romas, en la secular y en la espiritual; pasó tanto por la escuela de Epicteto y de Montaigne como por la de Descartes, así como pasaron todos sus tímidos amigos de Port-Royal. Hizo suyas todas las verdades abstractas y eternas, aprendiendo a reducirlas a una única verdad, por los hombres llamada Dios; aprendió que, entre los hombres, no hubo nunca otro Dios, y que el "poder de las llaves" fue confiado por Dios mismo a aquel que, en una sola noche, renegó de Él tres veces.
En el juicio final Pascal aprendió aún otra cosa. En contestación a su ruego: "Haz (oh Señor) que me considere en esta enfermedad como en una especie de muerte, separado del mundo, privado de todo lo que fue objeto de mi apego, solo ante vuestra presencia", Dios le ha enviado aquella "conversión de su corazón" por él esperada. "Solo ante vuestra presencia": de este deseo que Pascal experimenta de ponerse cara a cara con Dios (Plotino: fughé m´nu pros mónon) nació la decisión de llamar a Roma y al mundo a la presencia de Dios. He aquí lo que lo apartó del camino habitual; lo que le dio fuerza y audacia necesarias para hablar imperiosamente a la razón, que no admite ningún amo; lo que le ha enseñado a aplicar a los juicios netos y precisos su mágico: "Disípate", "humíllate, razón impotente". Se puede, y aún se debe, sacrificar todo para hallar a Dios; y lo primero nuestras "verdades eternas y abstractas", con que la filosofía positiva, en consideración a su abstracción -cierta- y su eternidad solamente presupuesta-, sustituye a Dios. Nunca se le podrá perdonar a Descartes, no se le debe perdonar: los hombres, por su culpa, fueron de nuevo cegados, reconducidos hacia aquel maravilloso "aturdimiento" y hacia aquel "amodorramiento" de que nos ha hablado Pascal. ¿Cómo sustraer el mundo al torpor? ¿Cómo arrancar a los hombres del poder de la muerte? ¿Quién inyectará la fuerza activa al exorcismo "Disípate"? ¿Quién nos ayudará a hacer de la "falta de claridad" nuestra "profesión"? ¿Quién nos dará la gran abundancia de renunciar a los bienes de la razón, de "volvernos autómatas"? ¿Quién hará que el dolor de Job venza en peso a la arena del mar?
Pascal contesta: "Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo". Dios mismo ha agregado sus sufrimientos a los de Job, y, hacia el fin del mundo, el dolor divino y humano, victoriosos, superarán el peso de la arena del mar. Durante esta espera -y aquí se halla lo esencial de la filosofía pascaliana, tan distinta de todo lo que habitualmente designamos con este nombre- "no buscamos la seguridad y la estabilidad" en nuestro mundo embrujado; no quedamos tranquilos; no dormimos…Tal mandamiento no es válido para todos, sino solamente para algunos y raros "elegidos" o "mártires". Si también ellos, a su vez, se duermen, como lo hizo ya el gran apóstol durante la noche memorable, el sacrificio de Dios habrá sido inútil, y la muerte triunfará definitivamente y para siempre. 

La Noche de Getsemaní, León Chestov - Editorial Sur, Buenos Aires 1958




3 comentarios:

  1. Lo he pasado a un archivo en pdf. Gracias

    ResponderEliminar
  2. Muchísimas gracias felicito esta página tan bien estructurada qué nos pone al alcance los luminosos libros de león chestov, autor orivinalisimo y cuyos contenidos de cualquiera de sus libros, es es de una revelación tan infinita, por fin este autor pone en entredicho las milenarias presuntuosidades de la razon

    ResponderEliminar

Los Napoleones del fin de semana

  Hay un brillo inquietante en sus ojos cuando acuden cada sábado a la cita. Llegan uno tras otro, casi furtivamente, con sus cajas y reglam...