martes, 19 de noviembre de 2013

Sobre Chuang Tzu



Extraído de "Una Nota para el lector", del Libro El Camino de Chuang Tzu, de Tomas Merton




Simplemente, me gusta Chuang Tzu porque es lo que es, y no siento necesidad alguna de justificar este aprecio ni ante mí mismo ni ante nadie. Él es, con mucho, demasiado grande como para necesitar apologías mías. Si san Agustín podía leer a Plotino, si santo Tomás leía a Aristóteles y a Averroes (ambos, evidentemente, mucho más lejos de la cristiandad de lo que jamás estuviera Chuang Tzu) y si Teilhard de Chardin podía utilizar copiosamente a Marx y a Engels en su síntesis, creo que puedo ser perdonado por relacionarme con un ermitaño chino que comparte el clima y la paz de mi propio tipo de soledad y que es el mismo tipo de persona que yo. 
Su temperamento filosófico es, creo, profundamente original y sensato. Por supuesto, puede ser malentendido. Pero es básicamente simple y directo. Busca, como lo hace todo gran pensador filosófico, llegar inmediatamente al corazón de las cosas.
A Chuang Tzu no le dicen nada las palabras y las fórmulas acerca de la realidad, sino la captación existencial directa de la realidad en sí misma. Tal captación es, por necesidad, oscura y no se presta a análisis abstractos. Puede ser presentada en forma de una parábola, de una fábula o de una historia graciosa acerca de una conversación entre dos filósofos. No todas las historias son necesariamente del propio Chuang Tzu. De hecho, algunas son sobre él. El libro de Chuang Tzu es una recopilación en la que ciertos capítulos son, casi con seguridad, obra del propio maestro, pero muchos otros, especialmente los más tardíos, son obras de sus discípulos. La totalidad del libro de Chuang Tzu es una antología del pensamiento, el humor, los chismorreos y la ironía que eran corrientes en los círculos taoístas del mejor período, los siglos IV y III a. de C. Pero la totalidad de las enseñanzas, el "camino" contenido en estas anécdotas, poemas y meditaciones, son características de cierta mentalidad que aparece por doquier en el mundo, un cierto gusto por la simplicidad, por la humildad, la autodifuminación, el silencio y, en general, la negativa a tomar en serio la agresividad, la ambición, el empuje y la prepotencia que debe uno exhibir para funcionar dentro de la sociedad. 
Este otro es un "camino" que prefiere no llegar a ninguna parte en el mundo, ni siquiera en el terreno de algún logro supuestamente espiritual. El libro de la Biblia que más evidentemente se parece a los clásicos taoístas es el Eclesiastés. Pero, al mismo tiempo, hay mucho en las enseñanzas de los Evangelios acerca de la simplicidad, el ser como los niños y la humildad, que responde a las más profundas aspiraciones del libro de Chuang Tzu y elTao Te ching. John Wu ha señalado esto en su notable ensayo sobre Santa Teresa de Lisieux y el taoísmo, que será pronto reeditado en un libro junto con su estudio de Chuang Tzu. Ahora bien, el Eclesiastés es un libro de la Tierra, y la ética de los Evangelios es una ética de revelaciones hechas en la Tierra por un Dios encarnado. El "Pequeño 
Camino" de Teresita de Lisieux es una renuncia explícita a todas las espiritualidades exaltadas y descarnadas que vuelven al hombre contra sí mismo, poniéndolo mitad en el reino de los ángeles y otra mitad en un infierno en la Tierra. 
Para Chuang Tzu, como para los Evangelios, perder la propia vida es salvarla, y perseguir salvarla para propio bien es perderla. Hay una reafirmación de que el mundo no es más que la ruina y la perdición. Hay una renuncia al mundo que encuentra y salva al hombre en su propia casa, que es el mundo de Dios. De cualquier manera, el "camino" de Chuang Tzu es misterioso, porque es tan sencillo que puede recorrerse aún sin que sea en absoluto un camino. Lo que desde luego no es, es una "salida".
Chuang Tzu hubiera estado de acuerdo con san Juan de la Cruz en que se entra en este tipo de camino 
cuando se abandonan todos los caminos y, en cierto modo, uno se pierde. 


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