jueves, 30 de octubre de 2014

Una cama dura




Una vez, cerca del lago de Orta -el tono de Nietzsche se volvió más dulce aún,como si con ello quisiera impedir que sus palabras pisotearan sus delicados pensamientos-, ella y yo subimos hasta la cima del monte Sacro para observar una dorada puesta de sol. Pasaron dos nubes luminosas, del color del coral, que parecían dos rostros fundiéndose en uno. Nos tocamos con dulzura. Nos besamos. Compartimos un momento sagrado, el único momento sagrado que he conocido.
-¿Volvieron a hablar de ese momento?
-¡Ella sabía que había existido ese momento!...
-Pero -insistió Breuer- ¿Habló ella alguna vez de Orta? ¿Para ella también fue un momento sagrado?
-¡Sabía lo que era Orta!
-Convencida de que yo tenía que saberlo todo sobre la relación que había mantenido con usted, Lou Salomé se esforzó por describirme cada uno de sus encuentros con todo lujo de detalles. No omitió nada, según dijo. Se explayó hablando de Lucerna, de Leipzig, de Roma, de Tautenberg. Ahora bien, Orta, ¡se lo juro!, solo lo mencionó de paso. No le causó ninguna impresión especial. Es más, Friedrich: intentó recordar si alguna vez lo había besado, pero me dijo que no recordaba haberlo hecho. -Nietzsche guardó silencio. Se le llenaron los ojos de lágrimas. Tenía la cabeza gacha. Breuer sabía que se comportaba con crueldad. Pero también sabía que no serlo ahora habría significado ser más cruel todavía. Aquella era una oportunidad única y no se repetiría.
-Perdone la dureza de mis palabras, Friedrich, pero estoy siguiendo el consejo de un gran maestro que me dijo: "Ofrezca al amigo que sufre un lugar de descanso, pero que sea una cama dura o un catre de campaña".
-Ha entendido bien a su maestro- replicó Nietzsche-.Y la cama es dura. Permítame decirle hasta qué punto lo es. No se si podré hacerle comprender lo mucho que he perdido... Cuando yo destierre a Lou Salomé de mi mente (y me doy cuenta de que eso es lo que me está ocurriendo ahora), ¿sabe qué me quedará?...

El día que Nietzsche lloró


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Los Napoleones del fin de semana

  Hay un brillo inquietante en sus ojos cuando acuden cada sábado a la cita. Llegan uno tras otro, casi furtivamente, con sus cajas y reglam...