jueves, 3 de abril de 2014

Justicia




Pero vino el que me interrogó sobre la justicia,
- ¡Ah! -le dije-. Si conozco actos equitativos, nada conozco sobre la equidad. Es equitativo que se te alimente de acuerdo con tu trabajo. Es equitativo que se te atienda si estás enfermo. Es equitativo que seas libre si eres puro. Pero la evidencia no va muy lejos... Es equitativo lo que está de acuerdo con el ceremonial.
Exijo del médico que atraviese el desierto, aunque sea sobre los puños y las rodillas para curar la herida de un hombre. Aunque ese hombre fuese un descreído. Porque fundo así el respeto del hombre. Pero ocurre que el imperio está en guerra contra el imperio del descreído, exijo de mis soldados que atraviesen el mismo desierto para extender al sol las entrañas del mismo descreído. Pues así fundo el imperio.
-Señor... no te entiendo.
-Me gusta que los forjadores de clavos, que cantan los cánticos de los mercaderes de clavos, tiendan a saquear los instrumentos de los aserradores de tablas para servir a los clavos. Me gusta que los aserradores de tablas tiendan a pervertir a los forjadores de clavos, para servir a las tablas. Me gusta que el arquitecto que domina burle a los aserradores de tablas que protegen a los clavos y a los forjadores de clavos que protegen las tablas. Porque de esa tensión de lineas de fuerza, nacerá el navío y nada espero de los aserradores de tablas sin pasión que veneran los clavos, ni de los forjadores de clavos sin pasión que veneran las tablas.
-¿Honras, pues, el odio?
Digiero el odio y lo supero, y solo honro el amor. Pero ocurre que él sólo se anuda al navío sobre tablas y clavos.
Y me retiré, y dirigí a Dios esta plegaria:

-Acepto como provisionales, Señor, aunque no sea de mi etapa distinguir la llave de la bóveda, las verdades contradictorias del soldado que busca herir y del médico que busca curar. Yo no concilio, en tibio brebaje, bebidas heladas y calientes. No deseo que se hiera y se cure moderadamente. Castigo al médico que niega su atención, castigo al soldado que niega sus golpes. Y no me importa si las palabras se sacan la lengua. Porque ocurre que esa única celada, cuyos materiales son dispares, se apodera de mi captura en su unidad, que es tal hombre, de tal cualidad, y no de otra.
Tanteando, busco tus divinas lineas de fuerza, y carente de evidencias que no son de mi estadio, digo que tengo razón en la elección de los ritos del ceremonial si ocurre que con ellos me libero y respiro. Tal como mi escultor, Señor, a quien satisface cierto movimiento del pulgar hacia la izquierda, aunque no sepa decir por qué. Pues solo así le parece que confiere poder a su arcilla.
Yo voy a ti como se desarrolla el árbol según las lineas de fuerza de su semilla. El ciego, Señor, nada conoce del fuego. Pero el fuego tiene lineas de fuerza sensibles en las palmas. Y él anda a través de las zarzas, porque toda mutación es dolorosa. Señor, yo voy a ti, por tú gracia, a lo largo de la cuesta de las transmutaciones.
Tu no desciendes hacia tu creación, y para instruirme nada puedo esperar más que el calor del fuego o la tensión de la semilla. Igual que la oruga que nada sabe de las alas. No espero ser informado por el teatro de títeres de las apariciones de arcángeles; porque no me dirán nada que valga la pena. Inútil es hablar de alas a la oruga, como del navío al forjador de clavos. Basta con que existan, por la pasión del arquitecto, las líneas de fuerza del navío. Por la simiente, las lineas de fuerza de las alas. Por la semilla, las líneas de fuerza del árbol. Y que tú, Señor, simplemente seas.
Señor, glacial es a veces mi soledad. Y reclamo un indicio en el desierto del abandono. Pero me enseñaste durante un sueño. Comprendí que todo indicio es inútil, porque si eres de mi etapa no me obligas a crecer. Y ¿qué puedo hacer conmigo, Señor, tal como soy?
Por eso ando, formulando plegarias a las que no se responde, y sin tener, tan ciego, más guía que un leve calor en mis palmas marchitas, y alabándote sin embargo, Señor, de que no me respondas; pues si hallé lo que busco, Señor, acabé de transmutarme.
Si hicieses llegar al hombre, gratuitamente, el paso del arcángel, el hombre estaría cumplido. Ya no aserraría, ya no combatiría, ya no curaría. No barrería ya su pieza ni querría a la amada, Señor, ¿se extraviaría al honrarte con su caridad entre los hombres, si te contemplase? Cuando está construido el templo, veo el templo y no las piedras.

Señor, heme aquí, viejo y con la debilidad de los árboles cuando el invierno sopla. Cansado de mis enemigos como de mis amigos. Insatisfecho en mi pensamiento por estar sujeto a matar y a curar a la vez; porque de ti me viene la necesidad, que hace tan cruel mi suerte de dominar todos los opuestos. Y sin embargo, constreñido a subir, formulando menos preguntas, suprimiendo preguntas, hacia tu silencio.
Señor, con aquel que reposa al norte de mi imperio y fue mi enemigo amado, con el único verdadero geómetra, mi amigo, y conmigo mismo que, ¡ay!, he pasado la cresta y dejo atrás a mi generación como en la pendiente ahora acabada de una montaña, dígnate hacer la unidad para tu gloria, adormeciéndome en el hueco de esas arenas desiertas donde mucho trabajé.

Antoine de Saint-Exupéry, en Ciudadela, Capítulo CCXIII


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