domingo, 28 de abril de 2013

Dos tipos




Extracto de una clasificación de los tipos humanos hecha por Hermann Hesse, que forma parte de una consideración mucho más amplia, pero que me parece muy interesante. El sesgo que pueda generar la arbitrariedad del recorte, es de mi entera responsabilidad y, por supuesto, está dictado por mis intereses.


"El razonable no cree en nada tanto como en la humana razón. No la considera como un bello don, sino simplemente como el más excelso.
 El razonable cree poseer en sí mismo el sentido del mundo y de su vida. Traduce el aspecto de orden y finalidad que tiene una vida razonablemente ordenada al mundo y a la Historia. Por eso cree en el progreso. Ve que los hombres pueden disparar mejor y viajar más deprisa que antes, y no quiere ni puede ver que estos progresos se enfrentan a mil otros retrocesos. Cree que el hombre de hoy está más desarrollado y más alto que Confucio, Sócrates o Jesús, porque el hombre de hoy ha perfeccionado ciertas capacidades técnicas. El razonable cree que la Tierra ha sido entregada al hombre para su beneficio. Su enemigo más temible es la muerte, el pensamiento en la caducidad de su vida y de su obra. Evita pensar en ello, y cuando no puede sustraerse al pensamiento de la muerte, se refugia en la actividad y opone a la muerte un redoblado esfuerzo mediante los bienes, los conocimientos, las leyes y un dominio más racional del mundo. Su fe en la inmortalidad es la fe en aquel progreso; como miembro activo de la cadena eterna del progreso, se cree preservado de la completa desaparición.
 El razonable se inclina ocasionalmente al odio y a la indignación contra el piadoso, que no cree en su progreso ni que estén en camino las realizaciones de su ideal racional. Piénsese en el fanatismo de los revolucionarios, recuérdense las manifestaciones de violenta impaciencia contra los que tienen otras creencias de los autores progresistas, democrático-racionalistas, socialistas.
 El razonable parece estar más seguro en la vida práctica de su fe que el piadoso. Se siente, en nombre de la diosa Razón, autorizado para mandar y organizar, para oprimir a sus semejantes, a los que cree administrar solo bienes: Higiene, Moral, Democracia, etc.
 El razonable aspira al poder, aunque no sea más que por conseguir el bien. Su mayor peligro reside en su aspiración al poder, en el abuso que hace de él, en querer mandar, en el terror. Trotsky, que no podía soportar el ver apalear a un aldeano, permitió sin escrúpulos que murieran cientos de miles de hombres por amor de su idea.
 El razonable se enamora fácilmente de su sistema. Los razonables, dado que buscan y tienen el poder, pueden no solo despreciar y odiar a los piadosos, sino también perseguirlos, procesarlos y matarlos. Se justifican diciendo que tienen el poder y lo emplean para el bien, y tienen derecho a usar todos los medios, incluso los cañones. El razonable puede dudar ocasionalmente, cuando la Naturaleza y lo que él llama necedad cobran fuerzas. Puede padecer dolorosamente a veces bajo lo que debe perseguir, castigar y matar.
 Sus momentos culminantes son aquellos en que, a pesar de todas las contradicciones, siente profundamente en sí la creencia de que en el fondo la razón está de acuerdo con el espíritu que crea el mundo y le rige.
 El razonable racionaliza al mundo y le hace violencia. Siempre está propenso a la seriedad sañuda. Es educador.
 El razonable está siempre dispuesto a desconfiar de sus instintos.
 El razonable se siente inseguro siempre frente a la Naturaleza y el Arte. Tan pronto los mira despectivamente por encima, como los supervalora fanáticamente. El es quien paga millones por las obras de Arte o establece reservas para los pájaros, las fieras o los indios.
 El fundamento de la fe y del sentimiento de la vida entre los piadosos es la veneración. Se manifiesta, entre otros, por dos caracteres principales: por un vigoroso sentido natural y por la creencia en una ordenación del mundo suprarracional. El piadoso considera la Razón como un bello don, pero no ve en ella un medio suficiente para el conocimiento o para el dominio del mundo.
 El piadoso cree que el hombre es una pieza al servicio de la Tierra. El piadoso, cuando le asalta el horror de la muerte y de la caducidad, se refugia en la creencia de que el Creador (o la Naturaleza) tiende también a sus fines con estos medios, horrorosos para nosotros, y no considera una virtud el olvido o la pugna con el pensamiento de la muerte, sino el abandono estremecido, pero reverente, a una voluntad superior.
 No cree en el progreso, ya que su modelo no es la Razón, sino la Naturaleza, y ya que no puede distinguir ningún progreso en la Naturaleza más que un agotarse y realizarse de fuerzas infinitas sin fin cognoscible.
 El piadoso es dado ocasionalmente al odio y al resentimiento contra el razonable; la Biblia está llena de crasos ejemplos de rebelde indignación contra el incrédulo y los ideales mundiales. No obstante, el piadoso también experimenta en muy raros y altos instantes el relámpago de aquel acontecimiento espiritual, que le procura la fe, que le obliga a todos los fanatismos y salvajismos de los razonables, a todas las guerras, a todas las persecuciones y esclavitudes en nombre de un alto ideal, con miras a cumplir los designios de Dios.
 El piadoso no aspira al poder, le horroriza tener que forzar a otros. No quiere mandar. Esa es su mayor virtud, Por esto es con frecuencia demasiado tibio en el trabajo por alcanzar las cosas dignas realmente de ser apetecidas, se entrega fácilmente al quietismo y a la contemplación de su ombligo. Se contenta frecuentemente con la defensa de su ideal, sin esforzarse por su realización. Puesto que Dios (o la Naturaleza) es más fuerte que nosotros, no quiere intervenir.
 El piadoso se apasiona fácilmente por la Mitología. El piadoso puede odiar o despreciar, pero no persigue ni mata. Nunca será Sócrates o Jesús un perseguidor ni un matador, sino siempre un sufridor. En cambio, el piadoso incurre, a la ligera frecuentemente, en no menos grandes responsabilidades. Es responsable no solo de su tibieza en te realización de las buenas ideas, sino también de su propia ruina y de la culpa que el enemigo merece por su muerte.
 El piadoso hace mitología del mundo y a menudo lo toma poco en serio. Es propenso a jugar. No educa a los ojos, sino que los glorifica. El piadoso está siempre dispuesto a desconfiar de su razón.
 El piadoso se siente siempre seguro y como en su casa frente a la Naturaleza y al Arte, por eso siempre se siente inseguro frente a la educación y la Ciencia. Tan pronto las desprecia como estúpidos instrumentos y las agravia, como las encarece supersticiosamente. En un caso extremado de choque: si un piadoso cae en la máquina -razón y muere en un proceso o en una guerra, en la que participa en contra de su voluntad y a las órdenes del razonable, en un caso semejante ambos partidos son culpables. El razonable tiene la culpa de que haya fusilamientos, cautividad, guerra y cañones. Pero el piadoso no ha hecho nada por evitarlo. Los dos procesos de la Historia Universal en los que más claramente y con mayor fuerza simbólica que nunca es muerto un piadoso por los razonables, los procesos de Sócrates y del Salvador, muestran momentos de una horrible ambigüedad. ¿No hubieran podido encontrar los atenienses y Pilato con toda facilidad el gesto con que liberar al encausado sin pérdida de su prestigio? ¿Y no hubieran podido Sócrates y Jesús impedir la tragedia a poco que se lo propusieran, en vez de dejar ser culpable al enemigo, con cierta heroica acerbidad, y triunfar sobre él con su muerte? Así es en verdad. Pero las tragedias no se pueden evitar, pues no son desgracias, sino choques de mundos opuestos.
 Si en los párrafos precedentes coloco siempre al piadoso frente al razonable, es para que el lector pueda percatarse de la significación puramente psicológica de estas denominaciones. Naturalmente que los piadosos han empuñado bastante a menudo la espada y que los razonables han sangrado (tal vez durante la Inquisición). Pero, naturalmente, al hablar de piadosos no me refiero a los sacerdotes, como al hablar de razonables no aludo a los que sienten gozo en pensar. Cuando el Santo Oficio español quemaba a un librepensador, el inquisidor era el razonable, el organizador, el poderoso, y su víctima era el piadoso.
 Por lo demás, a pesar de ciertos extremismos de mi esquema, nada más lejos de mi intención que discutir al piadoso la inteligencia, y al razonable la genialidad. En ambos campos prospera el genio, el idealismo, el heroísmo, el espíritu de sacrificio. A los razonables Hegel, Marx (y hasta Trotsky también) les tengo por genios. Por otra parte, un piadoso y desvalido como Tolstoi ha ofrecido con todo el mayor sacrificio al realizar.
 Generalmente, me parece ser un signo distintivo del hombre genial, que represente verdaderamente a su tipo como ejemplar singularmente logrado, pero mostrando en sí, al mismo tiempo, un secreto anhelo del polo opuesto, un sereno aprecio del tipo contrario. El hombre que no es más que número no es nunca genial, lo mismo que el hombre que no es más que opinión. Muchos hombres excepcionales parecen oscilar entre ambos tipos fundamentales y estar dominados por dones profundamente contrapuestos, que no se ahogan mutuamente, sino que se refuerzan; entre los numerosos ejemplos de estos tenemos a los matemáticos piadosos (Pascal).
 Y así como los genios piadosos y los genios razonables se conocen bien entre sí, se aman mutuamente en secreto, son atraídos unos por otros; el más elevado suceso espiritual de que somos capaces los hombres es también siempre la reconciliación entre la razón y la veneración, el reconocerse como iguales las mayores antinomias."

Hermann Hesse

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