martes, 4 de febrero de 2014

Riviére




... Riviére se hunde en su sillón y pasa la mano por sus cabellos grises.
"Es el más valiente de mis hombres. Lo que logró en esa noche es muy hermoso, pero yo lo libero del miedo..."
Luego, como le volviese una tentación de debilidad, pensó:
"Para hacerse amar, basta compadecer. Yo no compadezco nunca, o lo oculto. Me gustaría mucho, no obstante, rodearme de amistad y de ternura humana. Un médico, en su profesión, las encuentra. Pero es a los acontecimientos a quienes sirvo. Es preciso que forje a los hombres para que los sirvan. ¡Qué bien siento esa ley oscura, durante la noche, en mi oficina, ante las hojas de ruta!
Si me dejo ir, si dejo que los acontecimientos sigan su curso, entonces los accidentes nacen misteriosamente. Como si solo mi voluntad impidiera al avión estrellarse en pleno vuelo, o, a la tempestad, retrasar el correo en marcha. Me sorprendo, a veces, de mi poder."
Reflexionó aún:
"Es claro, tal vez. Es como la lucha perpetua del jardinero sobre su césped. El peso de su simple mano rechaza al bosque primitivo que aquella prepara eternamente"
Pensó en el piloto:
"Yo lo salvo del miedo. No es a él a quien atacaba; sino, a través de él, a esa resistencia que paraliza a los hombres ante lo desconocido. Si lo escucho, si lo compadezco, si tomo en serio su aventura, creerá volver del país del misterio, y solo se teme al misterio. Es preciso que no haya más misterios. Es preciso que los hombres desciendan a ese pozo oscuro y, al remontarlos, digan que no han encontrado nada. Es preciso que ese hombre descienda al más íntimo corazón de la noche, en su espesura, sin ni esa pequeña lámpara de minero, que no alumbra más que a las manos o el ala, pero que aparta a lo desconocido a una braza de distancia."

Saint-Exupéry, Vuelo Nocturno


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