jueves, 9 de agosto de 2018

El hombre y el tiempo




Soñé que estaba de pie en lo alto de una torre elevadísima, solo, contemplando desde arriba miríadas de aves que volaban en una direccción. Estaban allí todas las especies de aves, todas las aves del mundo. Era un noble espectáculo aquel vasto y aéreo río de aves. Pero, de pronto y de manera misteriosa, cambió el engranaje y el tiempo se aceleró, de modo que vi generaciones de aves, las vi romper los cascarones, nacer a la vida, debilitarse, vacilar y morir. Las alas solo crecían para arruinarse; los cuerpos eran lisos y lustrosos, y luego en un abrir y cerrar de ojos, sangraban y se consumían, y la muerte hería por doquier a cada segundo. ¿Cuál era la finalidad de aquella ciega lucha hacia la vida, aquel vehemente batir de alas, aquel gigantezco esfuerzo biológico sin sentido? Mientras miraba hacia abajo, pareciéndome ver la innoble y pequeña historia de cada criatura casi de una ojeada, me sentía hondamente angustiado. Sería preferible que ninguna de aquellas aves, ninguno de nosotros, hubiéramos nacido, que aquella lucha cesase para siempre. Permanecía de pie en lo alto de la torre, solo,  desesperadamente desdichado. Pero el engranaje volvió a sufrir un cambio y el tiempo corrió aún más deprisa, y con tal velocidad lo hacía, que no se percibía en las aves el menor movimiento, asemejándose a una enorme llanura sembrada de plumas. Sin embargo, por aquella llanura, oscilando entre los cuerpos, pasaba ahora una especie de llama blanca, temblando, danzando, apresurándose luego. Y, tan pronto como la vi, comprendí que aquella llama era la vida misma, la quintaesencia del ser. Y entonces vi, en un estallido de éxtasis, que nada importaba, nada podría nunca, porque ninguna otra cosa era real, excepto aquella estremecida y apresurada ondulación del ser. Aves, hombres o criaturas no formadas y coloreadas, nada de ello importaba, salvo que aquella llama de vida se moviese entre ellos. En pos de sí no dejaba nada por lo cual afligirse. Lo que yo juzgara tragedia no era sino mero vacío, o sombras chinescas. Porque ahora todo sentimiento genuino estaba capturado y purificado, y danzaba extáticamente con la blanca llama de la vida. Jamás había experimentado dicha tan profunda como al final de mi sueño de la torre y las aves...

J.B. Priestley

Hoy fue un día triste, y este texto quiero guardarlo como un recordatorio de aquello que generó mi tristeza. La tristeza me recordó un texto muy lindo sobre la manera en que se establecen los vínculos, no siempre, pero en general, últimamente. Ese texto dice:

Cobarde todo aquel que no es capaz de comprometerse con el instante.
Cobarde todo aquel que no esté presente cuando el otro está desnudo y vulnerable...

Bueno, este texto quiero que quede como recordatario de la manera en que intenté estar presente ante un alma vulnerable que necesitaba que alguien estuviera a su lado. No siempre se puede de la manera esperada, pero esta es mi forma de estar, en ese momento y siempre. Me entristece enormemente no saber si alcanzó...

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