sábado, 28 de marzo de 2015

El mandarín y la cortesana




Un mandarín estaba enamorado de una cortesana.

“Seré tuya, dijo ella, cuando hayas pasado cien noches esperándome sentado sobre un banco, en mi jardín, bajo mi ventana”. Pero, en la nonagésimo novena noche, el mandarín se levanta, toma su banco bajo el brazo y se va.


Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso




El Soldado y la princesa

Alfredo: —Una vez un rey celebró una fiesta. A ella fueron las princesas más bellas del reino. Bueno... un soldado que hacía la guardia vio pasar a la hija del rey. Era la más bella de todas, y se enamoró enseguida pero... pero ¿qué podía hacer un pobre soldado en comparación con la hija del rey? En fin, un buen día consiguió hablar con ella y le dijo que no podía vivir sin estar a su lado. La princesa quedó tan impresionada por su fuerte sentimiento que le dijo al soldado: «si consigues esperar cien días y cien noches bajo mi balcón, al final seré tuya». Y a partir de ese instante el soldado se fue allí y la esperó un día, y dos días, y diez, y luego veinte… y cada noche la princesa le observaba desde la ventana pero él no se movía nunca. Con la lluvia, con el viento, con la nieve... siempre estaba allí. Los pájaros se le cagaban encima, y las abejas se lo comían vivo, pero él no se movía. Después de noventa días, estaba tremendamente delgado, pálido. Al pobre le resbalaban las lágrimas de los ojos, y no podía contenerlas. Ya no le quedaban ni fuerzas para dormir. Mientras, la princesa seguía observándole. Y, al llegar la noche noventa y nueve, el soldado se incorporó, cogió la silla, y se largó de allí.

Totò: —¿No me digas? Al final...

Alfredo: —Sí, justo al final, Totò. Y no me preguntes cuál es el significado, yo no lo sé. Si lo entiendes, dímelo tú.


Giuseppe Tornatore, Cinema paradiso, 1988.


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