miércoles, 25 de marzo de 2015

El gurú tramposo




...Los atractivos de ser un gurú tramposo son numerosos. Están los del poder y la riqueza, a los que se añade la satisfacción de ser un actor sin necesidad de escenario, que convierte en un drama la "vida real". No es, además, una empresa ilegal,como vender acciones de empresas inexistentes, hacerse pasar por médico o falsificar cheques.
No existen cualificaciones reconocidas y oficiales para ser gurú, aunque ahora que algunas universidades ofrecen cursos de meditación y yoga Kundalini, quizá pronto sea necesario pertenecer a la Fraternidad Norteamericana de Gurús. Pero un auténtico y hábil tramposo debiera eludir todo eso e inventar una disciplina completamente nueva más allá de toda forma conocida de enseñanza esotérica.
Hay que comprender desde el principio que el gurú tramposo cubre una auténtica necesidad y realiza un servicio público indiscutible. Millones de personas buscan afanosamente un verdadero padre-mago, sobre todo en una época en que los clérigos y los psiquiatras son poco convincentes y no parecen tener el valor de sus convicciones o sus fantasías. Quizá han perdido ánimo debido a una valoración excesiva de la virtud de la sinceridad, como si un pintor sintiera la necesidad de dar a sus paisajes la fidelidad de la fotografía...

...Un gurú tramposo es, ciertamente, un ilusionista, pero podríamos preguntarnos si el arte no es otra cosa que ilusión. Si el universo es solo una vasta mancha de Rorschach sobre la que proyectamos nuestras medidas e interpretaciones, y si el pasado y el futuro carecen de existencia real, un ilusionista es simplemente un artista creativo que cambia la interpretación colectiva de la vida, e incluso la mejora. La realidad es, sobre todo, aquello que un pueblo o una cultura conciben como tal. El dinero, que en sí mismo carece de valor, depende por entero de la fe colectiva para que sea válido. El pasado tiene vigencia solo porque otros creen en él, y el futuro parece importante únicamente porque estamos imbuidos de la engañosa noción de que sobrevivir durante largo tiempo, con minucioso cuidado, es preferible a sobrevivir un breve período sin ninguna responsabilidad y muchas excitaciones. En realidad, todo se reduce a una cuestión de hábitos cambiantes.
Tal vez,entonces, un tramposo puede ser alguien que libera realmente a la gente de su participación más masoquista en la ilusión colectiva, sobre el principio homeopático del "pelo del perro que te muerde". Incluso los gurús auténticos imponen a sus discípulos ejercicios psicológicos imposibles para demostrar la irrealidad del yo, y podría argüirse que también ellos son tramposos sin proponérselo, puesto que se han criado en culturas sin los beneficios desilusionadores del "conocimiento científico" que, como observan los ecologistas, no tiene unos resultados muy satisfactorios. Tal vez todo se reduzca a la antigua creencia de que el mismo Dios es un tramposo que se engaña eternamente a sí mismo por medio del maya y tiene las sensaciones de que es un ser humano, un gato o un insecto, ya que no puede culminarse ningún arte que no imponga ciertas reglas y limitaciones.Un Dios plenamente infinito e ilimitado no tendría límite alguno y por lo mismo no podría manifestar poder o amor. En consecuencia, la omnipotencia debe incluir el poder de autolimitación, hasta el punto de olvidar que se está limitando y hacer así que las limitaciones parezcan reales. Pudiera ser que los estudiantes y gurús auténticos estén del lado de los engañados, mientras que los falsos gurús son los engañadores... y uno debe efectuar su elección.
Propongo este problema como una especie de koan zen, al estilo de "¿Qué es la realidad más allá de lo positivo y lo negativo?" ¿Cómo evitará ser un engañado o un engañador? ¿Cómo se librará de la ilusión del yo sin intentarlo o no intentarlo? Si necesita la gracia de Dios para salvarse ¿Cómo obendrá la gracia para obtener la gracia? ¿Quién responderá a estas preguntas si usted mismo es una ilusión? El apuro del hombre es la oportunidad de Dios

El gallo canta al anochecer.
A medianoche, el sol brillante.

El Gurú Tramposo - Alan Watts


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