sábado, 3 de mayo de 2014

Asaph, llamado el Orador de Tiro




¿Qué diré yo de su discurso? Tal vez algo en su persona prestaba poder a sus palabras e influían en el ánimo de quienes lo escuchaban. Porque Él era apuesto y el resplandor del día estaba en su semblante.
Hombres y mujeres se extasiaban contemplándolo, más que escuchando su argumento. Pero a veces, Él hablaba con la potencia de un espíritu, y ese espíritu tenía autoridad sobre quienes lo escuchaban.
Yo había oído en mi juventud a los oradores de Roma y Atenas y Alejandría. El jóven Nazareno no se parecía a ninguno.
Juntaba sus palabras con un aire destinado a subyugar el oído, pero cuando lo escuchabais vuestro espíritu os abandonaba y se echaba a vagar por regiones no visitadas hasta entonces.
Contaría una historia o relataría una parábola, y nunca se había oído en Siria nada semejante a sus historias y parábolas. Parecía hilarlas fuera de las épocas como el tiempo mismo hila los años y las generaciones.
Empezaría una historia diciendo: "El labrador fue al campo a sembrar sus semillas"
O bien: "Había una vez un hombre rico que tenía muchas viñas"
O bien: "Un pastor contó sus ovejas al anochecer y encontró que le faltaba una."
Y tales palabras adentrarían a sus oyentes en lo más simple de sus egos y en lo más remoto de sus días.
En lo hondo del corazón todos somos labradores, y a todos nos encantan las viñas. Y en los campos de pastoreo de nuestra memoria hay un pastor y un rebaño y la oveja perdida.
Y está la reja del arado y el lagar y la era.
Conocía la fuente de nuestro más antiguo ego, y el hilo consistente de que estaba tejido.
Los oradores griegos y los romanos hablaban a sus oyentes de la vida tal como se presentaba a la mente. El Nazareno hablaba de un anhelo fervoroso que residía en el corazón.
Ellos veían la vida con ojos solo un poco más claros que los vuestros y los míos. Él veía en la luz de Dios.
A menudo pienso que Él hablaba a las multitudes como una montaña hablaría a la llanura.
Y en su discurso había un poder que escapaba al dominio de los oradores de Atenas o de Roma.

Del libro "Jesus, el Hijo del Hombre", de Khalil Gibran


Me encanta este libro, con pequeñas historias contadas por los que vivieron en el tiempo en que vivió Jesús... convivieron con él. Cada uno ve una cosa distinta y nos muestran un Jesús humano, de una dimensión gigantesca... pero humano, lo que para mí lo hace más grande aún que esa figura imposible que necesitó la iglesia para sus fines.
En esta historia esta contado el poder de oratoria de un tipo especial, los símbolos eternos a los que apela para llegar a su auditorio, esos que, a pesar del paso de los siglos, siguen estando ahí, siempre. Están los oradores seculares ocupados, como hoy día, de las cuestiones básicas de la supervivencia... del comer y volar para comer. Y también está, en la imagen de la montaña y la llanura, lo que nunca podrá ser contado, lo que ningún poder de oratoria podrá nunca transmitir. ¿Cómo la montaña le va a contar de las alturas a la llanura?, es imposible... solo puede contar algo que mueva imperceptiblemente el entendimiento del que escucha y, tal vez, ese desasosiego que genere en algunos que perciban que su entendimiento es escaso, termine por empujarlos a crucificar a aquel que se atrevió a contar un mundo que estaba más allá de lo que ellos podrían ver.


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