sábado, 16 de marzo de 2013

La persona




"Un gran maestro Zen de la era Meijí llamado Keichú, era el abad de un templo principal de Kyoto el Tofuku. 
El nuevo gobernador de la ciudad fue a visitarlo por primera vez. Al llegar al templo le entregó su tarjeta de presentación al asistente de Keichú. Éste se la llevó al abad. En la tarjeta ponía: "Kitagaki, Gobernador de Kyoto". Al verla, Keichú le dijo a su asistente:

-Ve y dile que se marche. No tengo nada que ver con esa persona.

El asistente se disculpó ante el gobernador, devolviéndole su tarjeta. A lo que éste, que era un hombre juicioso, respondió:

-He cometido un error.

Tras decir esto, cogió la tarjeta de presentación y tachó las palabras "Gobernador de Kyoto", pidiendo al asistente que, por favor, de nuevo se la entregue a Keichú.

-¡Ah!, es Kitagaki - exclamó el maestro al leer la tarjeta -, quiero recibir a esta persona."

Extraído del libro "Sabiduría Zen", Bankei.

Ahora bien, no es difícil asociar al vocablo ‘persona’ con el teatro, basta con recordar algunos de sus derivados: personalidad, personaje, personificar; pero también tiene una relación directa con el sonido. Proviene del latín ‘persona’, compuesta por el prefijo ‘per’ con una connotación superlativa y por ‘sonus’, sonido. Significaba máscara que hace mucho ruido o que retumba.
La personalidad vendría a ser nuestra máscara, algo que utilizamos para hacernos oír, para ser vistos, nuestra manera de interactuar en el "teatro mágico", cada una de las caras del cubo del rompecabezas... interesante. 


Unimos los radios en una rueda,
pero es el agujero central
lo que permite que el carro se mueva.

Torneamos la arcilla para hacer una vasija,
pero es el vacío interno
lo que contiene aquello que vertemos en ella.

Hincamos estacas para construir una cabaña,
pero es el espacio interior
lo que la hace habitable.

Trabajamos con el Ser,
pero es el No-Ser lo que usamos

Del Tao Te Ching de Lao Tse, en la traducción de Stephen Mitchell



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