sábado, 15 de septiembre de 2018

Judo, El Camino Amable




La filosofía de la fortaleza de la debilidad que pasó, con el budismo zen, desde China hasta Japón ha inspirado las fascinantes formas de autodefensa conocidas con los nombres de judo y aikido. La palabra judo está compuesta de ju, que significa "amable", y do (la versión japonesa de la palabra china Tao), que significa "camino". En este sentido, pues, el judo es el "camino amable", es decir, la filosofía del Tao aplicada al ámbito de la autodefensa. Los principios sobre los que se asienta el judo se deriban de la filosofía taoísta. Uno de los aspectos más importantes en este sentido es un respeto exquisito por el equilibrio de la naturaleza, que se cuida mucho de no pertubar. En lugar de ello, se apresta a descubrir lo que ocurre y busca a continuación el modo más adecuado de adaptarse.
Difícilmente incurrirá el taoísmo, dicho en otras palabras, en errores tan garrafales como la aniquilación completa de un insecto o el transplante de conejos a un país como Australia sin haber advertido previamente que carecían de enemigo natural. La experiencia ha demostrado las desastrosas consecuencias de decisiones tan poco respetuosas con el equilibrio de la naturaleza. Por ello una de las primeras cosas que se ve obligado a aprender  el aprendiz de judo o de aikido es la filosofía del equilibrio, en la que, como ya hemos dicho, se asienta el Tao.
Este principio se pone claramente de relieve cuando tratamos de levantar algo muy pesado. Estaríamos locos si, ignorando las leyes del equilibrio, tratásemos de levantarlo desde arriba. Convendrá, si queremos levantar algo, cogerlo desde más abajo de su centro de gravedad. En este principio básico se asienta el judo. Su visión del equilibrio nos enseña a caminar sin perder jamás el centro. Nuestras piernas conforman, en ese sentido, la base de un triángulo en cuyo vértice está nuestro cuerpo, de modo que, cuando nos desplazamos, debemos tratar de mantener siempre, si no queremos perder el equilibrio, los pies aproximadamente bajo los hombros. Y esta no solo es una práctica excelente para el judo, sino también para toda nuestra vida cotidiana.
El segundo principio, más allá de la comprensión y el mantenimiento del equilibrio, consiste en no oponernos a la fuerza. No debemos, pues, cuando alguien nos ataca, enfrentarnos directamente a él. En lugar de ello convendrá, basándonos en el mencionado principio del equilibrio, servirnos de la fuerza misma de nuestro oponente (como hace el torero con el toro) para provocar su caída.
La idea del judo, en este sentido, no consiste tanto en defendernos de los ataques que recibamos y devolver un golpe con otro, sino en aprovecharnos, por el contrario, de la fuerza de nuestro oponente. De este modo, cuando llega el adversario, nuestra receptividad se sirve de su mismo impulso para hacerle perder el equilibrio y, haciéndole caer en su propia trampa, provocar su caída.
La misma delicadeza se pone de manifiesto cuando observamos el modo en que un gato sube a un árbol. Y, cuando baja, se deja caer, completamente relajado, hasta posarse con suavidad en el suelo. Pero si, al bajar del árbol, el gato se tensara, acabaría en el suelo como un saco de huesos rotos.
Todos, según el Tao, estamos cayendo, en todos los momentos de nuestra vida, de un árbol. Es como si en el momento del nacimiento, nos hubiesen arrojado desde lo alto de un precipicio y estuviésemos siempre cayendo, sin que nada pudiera detener nuestra caída. Convendrá pues que, en lugar de vivir en un estado de crispación crónica y de querer aferrarnos a cualquier cosa, dado que el mundo es impermanente y está también cayendo con nosotros, aprendamos a no ofrecer resistencia y comportarnos como gatos.

Alan Watts - Qué es el Tao


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