martes, 2 de octubre de 2012

Sincronicidad




El principio que Carl Jung llamaba Sincronicidad es un concepto muy difícil de explicar a las personas enraizadas en los principios de causalidad de la ciencia occidental. Este principio de Sincronicidad, aunque no es de ningún modo incompatible con el de la causalidad, es muy distinto de él y, cuando se estudie en un futuro, tal vez se convierta en la base de una importante ciencia alternativa.
La idea de la sincronicidad de dos acontecimientos, no nos dice que el uno es causa del otro, sino que estos,  por así decirlo, tienen una causa común. Si aplicamos la sincronicidad a la astrología, por ejemplo, la idea es que si fuera verdad que existe una relación significativa entre la configuración astronómica del universo en el momento en que nace una persona y las características de la persona, no se trataría de que los cuerpos celestes sean la causa de las características de la persona, sino, mas bien, que las circunstancias que dan pie a la configuración universal son las mismas circunstancias que dan pie al nacimiento de un individuo en ese instante particular.

Existe una conocida historia acerca de un Maestro zen, pretendidamente cierta, que un día estaba absorto meditando en su jardín, mientras los cerezos estaban en pleno florecimiento. De repente, sintió que estaba en peligro. Se dio la vuelta, pero únicamente se encontró con el muchacho que le hacía de asistente. Ello le inquietó mucho porque nunca había errado en estas cuestiones; en el pasado, siempre que había sentido un peligro, éste existía. Estuvo tan preocupado por este inexplicable incidente, que se retiró a sus aposentos y ni siquiera salió a comer. Alguno de sus sirvientes empezó a preocuparse y fueron a verle, preguntándole por su salud. Les explicó lo que lo preocupaba y dijo finalmente: "No lo comprendo, ¡Nunca antes me había equivocado!" Las noticias llegaron al resto de los sirvientes y, finalmente, el muchacho que estaba en el jardín acudió temblando a ver al Maestro y le confesó: "Cuando os vi tan absorto en el jardín, no pude dejar de pensar que, a pesar de vuestra maestría con la espada, no os podríais defender si, en ese instante, os golpeara rápidamente por detrás. Es como si hubierais intuido mis secretos pensamientos". El muchacho esperaba recibir un castigo, pero el Maestro ni siquiera pensó en ello, aliviado por haber resuelto el misterio.


Extraído del libro Silencioso Tao - Reflexiones de un científico al otro lado del espejo, de Raymond Smullyan

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