sábado, 2 de agosto de 2014

Al doctor C. G.Jung, Küsnacht




Distinguido doctor Jung:

Le agradezco su carta que me ha llenado de alegría. La "mirada observadora" de la que habla usted no tiene mayores méritos. En general me inclino menos a distinguir y analizar y más a ver en conjunto, a tender a la armonía.
Lo que menciona usted sobre la sublimación, da realmente en el centro de nuestro problema y deja explícito lo distintivo entre su concepción y la mía. Comienza con la confusión lingüística tan común en nuestros días, que hace que cada cual emplee de manera diferente toda denominación. Así, usted reserva la palabra sublimatio a la química, mientras que Freud le da otro significado, a su vez diferente del mío. Tal vez, sublimatio sea de hecho un producto lingüístico de la química. Lo ignoro. Pero sublimis (y también el verbo sublimare) no pertenecen a un lenguaje esotérico, sino al latín clásico.
Pero sobre el particular nos pondríamos rápidamente de acuerdo. En esta ocasión hay algo real detrás de la cuestión idiomática. Comparto y apruebo la concepción freudiana de la sublimación. Tampoco defendí contra usted la sublimación de Freud, sino el concepto en sí. Es para mi un concepto importante en todo el problema cultural.Y aquí nuestras opiniones difieren. Para usted, el médico, la sublimación es algo volitivo, transferencia de una pulsión a una zona impropia de la aplicación. Para mí, sublimación es también en última instancia "represión", pero yo empleo esta palabra altisonante sólo donde me parece permitido hablar de represión "lograda", o sea de la repercusión de una pulsión en una zona impropia, pero de elevada jerarquía cultural, como por ejemplo el arte. Considero, por ejemplo, la historia de la música clásica, como la historia de una técnica de expresión y actitud, en la cual series y generaciones enteras de maestros, casi siempre sin sospecharlo siquiera, transfirieron pulsiones a una zona, que por esto, por este auténtico "sacrificio" llegó a una perfección, a una tradición clásica. Este clasicismo se me antoja digno de cualquier sacrificio y si por ejemplo, la música clásica europea ha devorado en la rápida trayectoria de su perfección desde1500 al siglo XVIII a sus maestros, más servidores que víctimas, irradia por ello desde entonces ininterrumpidamente luz, consuelo, valor, alegría. Sin que ellos lo supieran realmente, fue, para miles de individuos, una escuela de sabiduría, heroísmo del arte de vivir y lo será aún por mucho tiempo.
Y cuando un hombre de talento fomenta estas cosas con una parte de sus instintos, juzgo su existencia y su obra de máximo valor, aún cuando como individuo sea un caso patológico. Así pues, lo que me parece ilícito durante un psicoanálisis: el desviar hacia una sublimación aparente, lo considero permitido, más aún altamente valioso y deseable allí donde da resultado, donde el sacrificio da frutos.
Por eso es tan delicado y peligroso el psicoanálisis para el artista, porque a quien lo toma en serio puede negarle de por vida toda manifestación artística. Si ocurre esto con un diletante, está bien, pero si aconteciera con un Handel o un Bach, preferiría que no existiera el análisis y conserváramos en cambio a Bach...

Hermann Hesse - Cartas Escogidas (extracto)


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