martes, 4 de junio de 2013

Navío




"... A los diez años nos refugiamos en el maderamen del granero. Pájaros muertos, viejas valijas desvencijadas, ropas extraordinarias: algo así como los entretelones de la vida. Y el tesoro que decíamos escondido, el tesoro de las casas antiguas, exactamente descrito en los cuentos de hadas: zafiros, ópalos, diamantes. Tesoro que brillaba débilmente. ¿Cuál era la razón de ser de cada muro, de cada viga? Vigas enormes que defendían la casa de sabe Dios qué. Si. Del tiempo. Porque éste era entre nosotros el gran enemigo. De él nos protegíamos con las tradiciones, con el culto del pasado. Las enormes vigas. Pero tan solo nosotros sabíamos a la casa lanzada como un navío; tan solo nosotros, que visitábamos el pañol, la bodega, sabíamos por dónde hacía agua. Conocíamos los agujeros del techo por donde se deslizaban los pájaros para morir. Conocíamos cada lagarto del armazón. Abajo, en los salones, los invitados conversaban, mujeres lindas bailaban. ¡Qué engañosa seguridad! Era indudable que servían los licores. Valets negros, guantes blancos. ¡Oh pasajeros! Y nosotros, arriba, mirábamos cómo la noche azul se filtraba por las fallas del techo. Aquel minúsculo agujero, por el que tan solo una estrella caía sobre nosotros, para nosotros decantada de todo un cielo. Y era la estrella que enferma. Entonces nos apartábamos, pues era ella la que provocaba la muerte.
Nos sobresaltábamos. Trabajo oscuro de las cosas: Vigas a las que el tesoro hace estallar. Con cada crujido sondábamos la madera. No había nada más que una vaina dispuesta a soltar el grano. Vieja costra de las cosas bajo la cual se encontraba - no lo dudábamos -otra cosa, aunque solo fuera esa estrella, pequeño diamante duro. Un día marcharíamos hacia el norte o hacia el sur, o bien hacia nosotros mismos, en su búsqueda. Huir..."

Extraído del libro "Correo del Sur", de Antoine de Saint-Exupéry

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