sábado, 11 de junio de 2016

El hilo de lo alto




La obediencia a Dios es como el «hilo de lo alto» que sostiene la espléndida tela de araña colgada de un seto. Bajando desde arriba por el hilo que él mismo fabrica, el animalito construye su tela, perfecta y tendida a todo rincón. Sin embargo ese hilo de lo alto, que ha servido para tejer la tela, no se rompe una vez terminada la obra; es más, es lo que desde el centro sostiene todo el entramado; sin él todo se afloja. Si se desprende uno de los hilos laterales, la araña se emplea en reparar velozmente su tela, pero si se rompe aquel hilo de lo alto, se aleja; sabe que ya no hay nada que hacer.
Algo parecido sucede respecto a la trama de las autoridades y de las obediencias en una sociedad, en una orden religiosa, en la Iglesia. La obediencia a Dios es el hilo de lo alto: todo se ha construido a partir de aquella; pero no puede ser olvidada ni siquiera después de que ha concluido la construcción. En caso contrario todo entra en crisis, hasta proclamar, como ha ocurrido en años no lejanos: «la obediencia ya no es una virtud».


P. Raniero Cantalamesa (22 de julio de 1934, Ascoli Piceno, Italia), "Con lo que padeció aprendió la Obediencia".


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