martes, 2 de diciembre de 2014

Cenizas




El té llega hirviendo a la mesa de trabajo, lo colocas al lado del ordenador y piensas: “Vigilaré cómo alcanza la temperatura que me permite beberlo sin quemarme”. Pero el brebaje se apacigua a traición. Basta con que entre un correo electrónico y cedas a la curiosidad de echarle un ojo, para que se te escape el instante en el que cruza la frontera entre lo ardiente y lo cálido. Como siempre, te lo has vuelto a perder. Así también la leche se calienta. Pones el cazo al fuego, piensas: “No dejaré de observarla hasta que hierva”. Pero hierve justo en el instante en el que cierras los ojos por culpa de un estornudo. Con malicia. Así viene y se va la noche; así el verano da paso al otoño, la adolescencia a la juventud y la juventud a la madurez. Así viene y se va la lluvia, vienen y se van las preocupaciones y el dolor lumbar. Así entras en el sueño y de ese modo sales de él a la vigilia. Observas detenidamente al recién nacido y antes de que te des cuenta ya está hirviendo, para luego, también a tus espaldas, enfriarse. Te lo encuentras en la calle, años después, le das la mano y la tiene helada. Cualquier miércoles te llaman por teléfono y está en el tanatorio...
...Esta frase que usted, si ha llegado hasta aquí, lee ahora mismo son sus cenizas.

Juanjo Millás.
Cenizas (Fragmento)

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