miércoles, 26 de septiembre de 2012

Escribir




XXXV

...Porque he escuchado con verdadera atención las relaciones entre los hombres y he descubierto claramente los peligros de la inteligencia: la que cree que el lenguaje aprisiona. Y las respuestas en las disputas. Pues no es por vía del lenguaje que transmitiré lo que está en mí. Lo que está en mí no se puede decir con una palabra. No puedo significarlo sino en la medida que lo entiendes por otros caminos distintos a la palabra. Por el milagro del amor o porque, nacido del mismo Dios, tú te me asemejas. De otra manera tiro por los cabellos al mundo sumergido en mí. Y, al azar de mi torpeza, muestro éste o aquel único aspecto, como de esa montaña que expreso bien, al querer identificarla, diciendo que es alta. Mientras que ella es muy otra cosa; y como si hablara yo de la majestad de la noche cuando se tiene frío en las estrellas.

XXXVI

Cuando escribes, cargas un navío. Mas pocos navíos arriban. Naufragan en el mar. Hay pocas frases que continúan su resonancia a través de la historia. Porque quizá he querido significar mucho; pero aprisionado poco.
Y aún este problema: Importa enseñar a asir más que a identificar. Importa enseñar a exigir las operaciones de captura. Aquel que me muestras, ¿qué me importa lo que sabe? Tanto como el diccionario. Sino lo que es. Y aquel ha escrito su poema y lo ha llenado con su fervor, pero nada ha conseguido de su pesca. Nada ha traído de las profundidades. Me ha señalado la primavera, pero no la ha creado en mí, en la medido en que hubiera podido nutrir mi corazón.
Y yo escuchaba a los lógicos, historiadores y críticos, advertir que la obra, cuando es fuerte, se expresa por el plan; porque se convierte en plan lo que es fuerte.
Y si en un comienzo se me presenta un plano de la ciudad, es que mi ciudad está expresada y que está hecha. Mas no es él quien funda la ciudad.



Extraído del libro Ciudadela, de Antoine de Saint-Exupèry

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