jueves, 6 de septiembre de 2012

Cartas al mar




Hoy fue un día raro... Ideas de toda clase se me venían a la mente y una sensación de tristeza era lo único reconocible como factor común a todas ellas.
A partir de cosas pensadas y de otras vislumbradas tras las indefinibles expresiones recibidas a través de la comunicación de las redes sociales, se instaló esa tristeza durante la mañana, lo que me ancló a mi casa.
Hace un tiempo ya, algo se trastocó en mi rutina. Recuerdos trabajosamente relegados, creía yo, al olvido definitivo, volvieron a surgir, y con más fuerza de la que puedo manejar.
Bien, esos sentimientos que se dispararon nuevamente me llevaron a pensar en  la comunicación, en el alto componente ilusorio que tiene ya que, en definitiva, uno se pasa la vida tratando de expresarse a sí mismo y, a medida que lo hace, lo que intenta expresar se ha modificado nuevamente, con lo que el proceso empieza una y otra vez. Nos expresamos, a veces pienso, para vernos en los demás... en lo que piensan, dicen, sienten. Es como mirarnos a un espejo de múltiples planos que nos devuelve imágenes dispares, con las que vamos construyendo la nuestra.
Siento, muchas veces, que somos solos, que estamos condenados a no lograr nunca expresarnos completamente, a no poder comunicar totalmente lo que sentimos que somos. Pero, paradójicamente, necesitamos mostrarnos y recibir ese feedback que nos confirma lo sentido y pensado. Enviamos mensajes al exterior como el náufrago envía una carta en una botella, esperando ser rescatado. Las dos caras de una moneda.
Leo lo escrito y siento que solo es una aproximación burda, muy mezquina, de lo que siento en el fondo del corazón, de lo que hoy me clavó a mi cama y no me dio el coraje para salir al exterior...
Hoy solo pude hacer lo que, de un tiempo a esta parte, hago a diario: tirar cartas al mar, esperando ser rescatado.


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