lunes, 15 de mayo de 2017

Prefacio a las Flores del mal




Prefacio a las Flores del mal

Charles Baudelaire

Este libro no ha sido escrito para mis mujeres, mis hijas o mis hermanas, las hijas o las hermanas de mi vecino. Dejo esta tarea a los que se muestran interesados en confundir las buenas acciones con el lenguaje bello.

Sé que el amante apasionado del bello estilo se expone al odio de las multitudes; mas ningún respeto humano, ningún falso pudor, ninguna coalición, ningún sufragio universal, podrán obligarme a hablar la jerga incomprensible de este siglo, ni a confundir la tinta con la virtud.

Ilustres poetas, hace tiempo que se repartieron las provincias más florecientes del terreno poético. Me ha complacido, y tanto más cuanto la tarea presentaba crecientes dificultades, extraer la belleza del mal. Este libro, esencialmente inútil y absolutamente inocente, no tiene otro fin que divertirme y estimular mi gusto apasionado por la dificultad.

Algunos han apuntado que estas poesías podrían dañar; no he sentido alegría por ello. Otros, almas buenas, que podían hacer bien; no me he afligido. El temor de unos y la esperanza de otros me resultan extraños y no han servido más que para probarme, una vez más, que este siglo había olvidado todas las nociones clásicas concernientes a la literatura.

Pese a los auxilios que determinados pedantes célebres han aportado a la natural estupidez del hombre, nunca hubiera sospechado que nuestra patria pudiera caminar a tal velocidad por la vía del progreso. Este mundo ha adquirido tal espesor de vulgaridad, que imprime al desprecio por el hombre espiritual la violencia de una pasión. Pero existen felices caparazones en los cuales el veneno no podrá jamás abrirse paso.

En un principio, acaricié la idea de contestar a las numerosas críticas, y explicar al mismo tiempo algunas cuestiones muy simples, totalmente oscurecidas por las modernas luces: ¿Qué es la poesía? ¿Cuál es su objeto? De la distinción del Bien y lo Bello; de la belleza en el Mal; que el ritmo y la rima obedecen en el hombre a imperecedoras necesidades de monotonía, de simetría, de sorpresa; de la adaptación del estilo al asunto; de la vanidad y el peligro de la inspiración, etc., etc.; sin embargo, cometí la imprudencia de leer esta mañana algunos papeles públicos; repentinamente, una lasitud como el peso de veinte atmósferas se abatió sobre mí, y me he visto paralizado ante la espantosa inutilidad de explicar cualquier cosa a quien fuese. Quienes saben, me pueden adivinar, y para los que no quieren o no pueden comprenderme, amontonaría en vano las explicaciones.

C. B.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Los Napoleones del fin de semana

  Hay un brillo inquietante en sus ojos cuando acuden cada sábado a la cita. Llegan uno tras otro, casi furtivamente, con sus cajas y reglam...