martes, 28 de mayo de 2013

Correo del Sur




Y un día Bernis me escribió:
"... no te hablo de mi regreso: me creo el dueño y señor de las cosas cuando las emociones me responden. Pero ninguna se ha despertado. Me asemejaba a ese peregrino que llega a Jerusalén un minuto más tarde. Su deseo, su fe acababan de morir: encuentra piedras. Esta ciudad, un muro. Quiero irme. ¿Te acuerdas de la primera partida? La hicimos juntos. Murcia, Granada, acostadas como bibelots en su vitrina y, puesto que no aterrizábamos, sepultadas en el pasado. Depositadas allí por los siglos que se retiran. El motor hacía ese ruido denso que es lo único que existe y que deja tras sí el paisaje en silencio, como si fuera una película. Y que frío, porque volábamos alto; y las ciudades atrapadas por el hielo... ¿Te acuerdas?
Conservé los papeles que me pasabas: "Vigila ese ruido raro... si aumenta no te aventures sobre el estrecho."
Dos horas después, en Gibraltar:  "Espera Tarifa para cruzar, es mejor."
En Tanger: "No te quedes demasiado, terreno blando"
Simplemente, con estas frases se gana el mundo. Tenía la revelación de una estrategia que esas breves órdenes hacían tan segura. Tanger, la pequeña ciudad de total insignificancia, era mi primera conquista; era, ya lo ves, mi primer robo con escalamiento. Si, primero en la vertical, pero demasiado lejos; luego, durante el descenso, la eclosión de prados, de flores, de casas. Yo sacaba a luz una ciudad sumergida y que devenía viva. Y de pronto el descubrimiento maravilloso: a quinientos metros del suelo, un árabe que trabajaba, que traía yo a mí y del que hacía un hombre a mi medida, que era realmente mi botín de guerra o mi creación o mi juego. Había tomado un rehén y el África me pertenecía.
Dos minutos más tarde, de pie sobre la hierba, me sentía joven, como si estuviera en alguna estrella donde la vida comienza. En ese clima nuevo... Me sentía en aquél sol, en aquél cielo, como un árbol joven. Y me desperecé del viaje con hambre adorable, di pasos largos, flexibles, para descansar del pilotaje y reía al pensar que había encontrado mi sombra: el aterrizaje.
¡Y la primavera! ¿Recuerdas aquella primavera después de la lluvia gris de Tolosa? ¡Que nuevo era el aire que circulaba entre las cosas! Cada mujer contenía un secreto, un acento, un gesto, un silencio. Y todas eran deseables. Luego, tú me conoces, el apuro por volver a partir, por buscar más lejos lo que presentía pero no comprendía, pues era yo el zahorí, cuyo avellano tiembla y que pasea por el mundo hasta el tesoro.
Dime, pues, ¿qué es lo que busco y porqué contra mi ventana, apoyado en la ciudad de mis amigos, de mis deseos, de mis recuerdos, me desespero? ¿Por qué por primera vez, no descubro ningún manantial y me siento tan lejos del tesoro? ¿Qué es esa promesa oscura que se me ha hecho y que un dios oscuro no mantiene?"

Extraído del libro "Correo del Sur", de Antoine de Saint-Exupéry

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